Dr.Miguel Lorente Acosta

Médico Forense, Profesor de Medicina Legal de la Universidad de Granada, Especialista en Medicina Legal y Forense, y Máster en Bioética y Derecho Médico.
Ha trabajado en el análisis del ADN en identificación humana, el análisis forense de la Sábana Santa, y en el estudio de la violencia, de manera muy especial de la violencia de género, Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad.

Postureo machista

 

“A la tercera va la vencida” se dice para callar que es a la primera cuando se demuestra la verdadera intención de las decisiones, y eso es algo que vemos cada día en la manera “masculina” de interpretar la realidad y de posicionarse ante ella.

Nos quejamos de la conducta y de las consecuencias del machismo cuando se presenta en forma de violencia, de abuso, de acoso, de discriminación… pero en verdad todas esas expresiones sólo representan aquello que se filtra entre las rendijas de los días cubiertos con el manto de la normalidad machista. Un manto que pretende ocultar el escenario de este atardecer de los tiempos, en el que todavía hay quien confunde la longitud de las sombras con la grandeza de la realidad que las produce.

Lo vemos de forma clara en lo que sucede en la actualidad. Por ejemplo, hay un grupo de trabajo para estudiar la reforma del Código Penal, entre ellos los delitos contra la libertad sexual, constituido sólo por hombres, se pone de manifiesto que es una situación al margen de la realidad y de la legalidad y lo corrigen, pero sólo lo justo para incluir a mujeres juristas que actúen exclusivamente sobre la reforma de los delitos sexuales. Ante las nuevas críticas vuelven a modificar su decisión y, ahora sí, crean otro grupo con más mujeres que hombres para acallar todo lo ocurrido. En Cataluña se forma Gobierno y se llama la atención de que sólo se ha contado con tres conselleras, días después se constituye un nuevo Gobierno y su número se eleva a seis.

Unas semanas antes la huelga de mujeres y las manifestaciones del 8M eran consideradas como una iniciativa elitista y una “amenaza a la civilización de occidente”, y un día después era un ejemplo de democracia y una referencia hacia donde debemos caminar como sociedad. El Pacto de Estado contra la Violencia de Género se aprueba “a la fuerza” ante la gravedad de los casos que se suceden, pero luego se le asigna un presupuesto mínimo que después se reduce un 80% y se traslada la responsabilidad a las Comunidades Autónomas y a los Ayuntamientos, a los que la reforma de las Entidades Locales les restó competencias en esta materia que ahora les piden que asuman sin presupuesto para hacerlo.

Todo ello, su sucesión en el tiempo y la repetición por parte de las mismas instituciones y sectores sociales, lo que refleja no es la toma de conciencia del problema de la desigualdad y sus consecuencias, sino la falsedad de las decisiones y el refuerzo en los valores del machismo de quien las toma. Es decir, puro postureo.

Es parte de la estrategia secular que ha seguido el machismo: “cambiar para seguir igual”. Ceder en lo irremediable ante la crítica social para no conceder nada en los elementos y valores que hacen de sus ideas cultura machista, para con esa cultura hacer normal al machismo.

El machismo es postureo de barra de bar y tertulias, de “no te preocupes”y “vuelva usted mañana”, de “no tiene importancia”y “déjalo en mis manos”…

Y el postureo es falacia, como lo es el posmachismo con el que juega ahora para hacer creer que son ellos los que defienden la “verdadera igualdad”. Es parte de su jugada, que no es enunciar una defensa directa de la “desigualdad”, eso sería fácilmente identificable y se volvería en su contra. Su estrategia siempre ha sido presentarlo todo como consecuencia de la normalidad como si esta fuera natural, y a partir de ahí afirmar que las situaciones de desigualdad entre hombres y mujeres han sido dadas por las circunstancias. Su falaz argumento finaliza al presentar los cambios que se han producido porque no han tenido más remedio que asumirlos, como un ejemplo de que en cuanto se modifican las circunstancias cambia la situación de las mujeres, como si todo fuera destino o accidente.

Y esa falacia del postureo machista es confusión, desorientar sobre la realidad en sus manifestaciones y, sobre todo, en su significado, para hacer de la duda el motor que lleve a la decisión. Porque esa duda conduce a la distancia, la distancia a la pasividad, y la pasividad hace que todo siga igual, es decir, que todo continúe bajo las referencias del machismo.

El postureo machista lo que busca es mantener el momento, prolongar un tiempo que hasta ahora ha sido suyo en su encuentro con la realidad. Por eso debemos de estar pendientes de ese postureo de salón que pretende mantener el escenario de la desigualdad social que tantos beneficios y privilegios les proporciona por medio de la táctica de alcanzar más poder a través de generar más desigualdad, como vemos en las políticas económicas y sociales que se imponen desde las posiciones más conservadoras.

El machismo juez y parte

 

Quizás recuerden la anécdota que se contaba hace años de un maestro que ensañaba a leer a una clase de niños y niñas en un pueblo perdido de la sierra. Para ello escribía en la pizarra con letras grandes la sílaba “MO” y les pedía que la repitieran en voz alta, a lo que toda la clase decía al unísono “¡MO!”. Después escribía la otra sílaba de la palabra, también en letras mayúsculas, “TO”, y del mismo modo les decía que la dijeran en alto, a lo que el grupo respondía, “¡TO!”. El maestro, contento del resultado escribía entonces la palabra completa en la pizarra, “MOTO”, e indicaba al grupo que ahora debían leerlo todo junto; la clase, atenta a la pizarra, decía entonces en voz alta “¡A-MO-TO!”.

Y eso es lo que pasa cuando la idea que se tiene sobre el significado de la realidad es mucho más fuerte que los propios hechos que la definen.

El machismo es cultura, y como tal tiene dos grandes formas de condicionar la realidad, por un lado es capaz de determinar todo lo que sucede para hacer que las cosas sean “como tienen que ser” a partir de las ideas, valores, principios, costumbres… que define como normales; y por otro, da significado a todos los acontecimientos, especialmente cuando se alejan de lo que previamente ha determinado. De esa forma todo encaja, lo que es como tiene que ser porque lo es, y lo que se aparta de lo esperado porque se considera ajeno a la normalidad, y se presenta como producto de circunstancias excepcionales o patológicas. Lo vemos habitualmente en violencia de género. Cuando las lesiones no son graves se entiende como algo “normal” en las relaciones de pareja, y cuando es tan grave que termina por asesinar a la mujer, entonces se dice que es un problema debido al alcohol, las drogas o los trastornos mentales. Al final lo que sucede es que en ningún caso se cuestiona la realidad que da lugar a que esa violencia maltrate cada año a 600.000 mujeres, a más de 800.000 niños y niñas, y termine por asesinar a una media de 60 mujeres.

Con la violencia sexual sucede lo mismo, es una realidad que sufre el 11% de las mujeres de la UE (FRA, 20124), situación que lleva a que todos los años se interpongan miles de denuncias, aunque sólo representan un 15-20% del total y las condenas son mínimas, no muy distinto a lo que sucede con la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja. Pero en lugar de abordar esta situación para corregir los problemas que dan lugar a sus consecuencias, se vuelve a recurrir al “manual” impuesto por la cultura machista para echar mano de los estereotipos y mitos, y se piensa que son denuncias falsas, que la mujer provoca, que dice no cuando en realidad significa sí, que no opuso resistencia, que el hombre no sabía que era no…

La educación con perspectiva de género abre la mirada para ver la realidad en sus tres dimensiones: la de los acontecimientos, la del significado y la de las justificaciones. El machismo es el tuerto en el reino de la ceguera, no porque la gente no pueda ver, sino porque ha ocultado esa realidad y la ha presentado plana y sin perspectiva para que tropecemos con ella una y otra vez. Es un problema de cultura, y por ello afecta a quien juzga, a quien cura, a quien hace leyes, a quien gobierna, a quien vende en un supermercado o a quien trabaja en la construcción… Por eso se trata de un problema social, como eran los mitos que  impedían a las mujeres realizar determinadas tareas y actividades cuando tenían la regla por las graves consecuencias que podían acarrear para su salud o la tarea, o lo mismo que ocurría cuando los valores de la sociedad presentaban la homosexualidad como un vicio y una desviación y la Medicina tomaba el testigo para decir que se trataba de una enfermedad… Todo lo impregnado por el machismo es más un problema de conciencia que de conocimiento técnico, aunque la primera debe llevar al segundo para evitar la subjetividad y romper con la voluntad de quienes quieren permanecer en sus posiciones de privilegio dadas por la desigualdad.

Dejar que todo siga tal y como está ahora es posicionarse a favor de las referencias y el significado que el machismo ha establecido para definir la realidad, y permitir que sean sus mitos, estereotipos, ideas, valores… los que juzguen los hechos desde su perspectiva. No hay neutralidad, no modificar estos elementos es hacer del machismo “juez y parte”, pues será la interpretación dada por sus referencias las que se utilicen para definir la realidad, tanto a la hora de probar los hechos como en el momento de otorgar trascendencia y gravedad a lo sucedido, tal y como se observa en la sentencia de “la manada”.

Pero no es sólo un problema de esta sentencia, lo venimos viendo todos estos años atrás cuando, por ejemplo, entre un 20-30% de las mujeres asesinadas por violencia de género lo son tras denunciar, cuando algunas de ellas son asesinadas sin haber adoptado los instrumentos existentes para protegerlas, cuando todavía se duda de su palabra… o cuando se vuelve a presentar, como se ha conocido estos días, que el estado de shock de una menor no es razón para entender una posible intimidación en el agresor sexual que mantuvo relaciones con ella, y se le condena por abuso, no por violación.

Los responsables políticos de la Administración de Justicia, el CGPJ, la FGE y demás operadores jurídicos deben entender que la sociedad ha cambiado gracias al feminismo y al movimiento de mujeres, y que ese cambio ha introducido la Igualdad en las calles y en las conciencias para hacer la convivencia más justa. La consecuencia es directa: si la sociedad es más justa la Justicia no puede ser más injusta.

Si yo fuera juez exigiría formación en género, no trataría de enrocarme en mis circunstancias, pues la independencia no significa conocimiento, ni la separación de poderes debe traducirse en distancia a la realidad.

Huelga de hambre. Huelga de hombre

mujeres-huelga-de-hambre-vgOcho mujeres (Gloria, Martina, Patricia, Marian, Susana, Sara, Sonia y Celia), están en huelga de hambre contra la violencia de género en la Puerta del Sol desde el día 9 de febrero.

Es terrible que ocho mujeres tengan que jugarse la vida para que no las maten, que necesiten llamar a la muerte para poder vivir, que tengan que detener sus vidas al Sol para que no les alcance la sombra de la violencia.

Y mientras todo eso sucede, cada hombre que las mira deja que todo transcurra como una anécdota, como si la desigualdad fuera una accidente y la violencia una sorpresa, como si nada de lo que está sucediendo fuera con él, como si su silencio ante el machismo y su violencia fuese suficiente, como si su voz no pudiera cambiar la realidad y sus palabras señalar a aquellos otros hombres que las utilizan para maltratar, o que las callan para que hable la complicidad.

La ausencia de los hombres en la lucha contra la violencia de género y la desigualdad no es un accidente, es la firme determinación de continuar con el modelo de sociedad machista que los sitúa en una posición de poder a costa de los derechos de las mujeres, de ahí la coherencia entre la ausencia de hombres en la solución del problema y su presencia protagonista en la violencia que ejercen contra las mujeres, y en la sociedad que convive con ella como parte de la normalidad.

Que 700.000 mujeres maltratadas y 60 asesinadas cada año sólo sea un problema grave para el 1’8% de la población, además de lo terrible del resultado es mentira, porque ese porcentaje no refleja el verdadero posicionamiento de la sociedad, sino la respuesta de las mujeres que se revelan frente a esa violencia. Pues son ellas quienes forman la mayoría de ese porcentaje mínimo, como son ellas las que llenan las calles contra la violencia, las que gritan con sus minutos de silencio, las que se revelan frente a la pasividad, la distancia y la desidia de una sociedad machista que no duda en dejar que los hombres llenen las redes de palabras contra las propias mujeres y las personas que se revelan frente a su modelo androcéntrico, al igual que lo hacen contra las leyes y medidas que buscan conseguir la Igualdad.

Y mientras ocho mujeres están en huelga de hambre para que el resto pueda vivir en paz y alimentarse de Igualdad, un oligoelemento esencial en la dieta de la democracia sin el cual resulta imposible la convivencia, la mayoría de los hombres están en huelga de brazos caídos y palabras alzadas para no hacer nada por la Igualdad.

La transformación social a favor de la Igualdad está siendo protagonizada y liderada por las mujeres, por ello muchos hombres se resisten y algunos reaccionan con más violencia para conseguir con ella lo que antes lograban por medio de la normalidad y el control social, de ahí que el resultado de este cambio haya sido más violencia. Así lo demuestran las Macroencuestas cuando recogen que en 2006 las mujeres que sufrían violencia eran 400.000 y en 2011 fueron 600.000.

El resultado es claro, la violencia de género aumenta porque los hombres están luchando de manera directa y activa contra la transformación de la sociedad que lleva a la Igualdad. Ese aumento de la violencia no es un fracaso de las medidas dirigidas a alcanzar la Igualdad, todo lo contrario, es una demostración de que ante ese éxito en el cambio, quienes han ocupado una posición de poder injusta construida con el recurso a la violencia, están aumentando su uso para intentar evitar esa transformación de la sociedad, al tiempo que desarrollan otras estrategias posmachistas para generar confusión e incidir por esa doble vía (violencia y confusión), en el objetivo último de impedir el cambio.

La realidad es clara: existe desigualdad, discriminación, abuso y violencia contra las mujeres, y mientras que ellas están en la acción y en la huelga para erradicar el machismo que defiende esa realidad, los hombres están en huelga para no cambiarla y en el activismo para perpetuarla.

Y ese activismo machista existe por acción y omisión, pues todos los hombres que se justifican con el “yo no soy machista” y el “yo no soy maltratador”, están permitiendo que otros lo sigan siendo bajo la normalidad y la impunidad. Su pasividad es la constatación de su “huelga de hombre” en un cambio que empieza por uno mismo. Si cada hombre espera a que cambien “los hombres” para entonces cambiar ellos también, nunca habrá una masculinidad diferente a la tradicional. Ese primer paso es individual y hay que darlo con la determinación de hacer de la sociedad un lugar más justo, como ya lo han hecho muchos de ellos con la intención de ser hombres con la Igualdad como parte de su identidad, no sólo de su vocabulario.

Las mujeres y el feminismo nos muestran cada día el camino, sólo tenemos que seguirlas. Hoy las ocho mujeres que están en huelga de hambre para erradicar la violencia de género, son un ejemplo más de su firme determinación en conseguir la Igualdad para toda la sociedad, también para los hombres ajenos a ese objetivo.

Hoy, de nuevo, las mujeres, representadas por estas ocho compañeras (Gloria, Martina, Patricia, Marian, Susana, Sara, Sonia y Celia), son un ejemplo de su apuesta por la convivencia y la democracia. Gracias y toda mi solidaridad, compromiso y admiración por cada día.

“Masculinismo”

hombres-masculinismoSi el machismo defiende al macho, el “masculinismo” defiende lo masculino como referencia identitaria de los hombres, es decir, defiende al machismo, que es lo que define y ha definido históricamente la identidad de los hombres bajo la referencia de la cultura patriarcal que ellos crearon, para que “lo masculino” fuera el modelo universal de toda la sociedad y “lo femenino” quedara reducido a los ámbitos de lo doméstico y supeditado a lo de los hombres.

Pero el machismo es mutante en sus formas para adaptarse a cada momento histórico sin renunciar a sus posiciones de poder y privilegios, de ahí su estrategia de “cambiar para seguir igual” que le ha permitido adaptarse sin transformarse, y luego hacer creer con su influencia que los cambios adaptativos en verdad eran transformadores de su identidad. La estrategia actual del machismo es el posmachismo, ese intento de revestir de neutralidad sus exigencias y planteamientos para generar la confusión necesaria que lleve a la duda, a la pasividad y a que todo siga igual. Y el posmachismo sabe que la batalla del lenguaje es clave para afianzar posiciones y definir realidades, por eso su interés desde el principio de contrarrestar el feminismo diciendo que era lo mismo que el machismo. Cuando fracasaron en esa burda comparación inventaron la palabra “hembrismo” para que la etimología no fuera obstáculo en la crítica de las propuestas a favor de la Igualdad que se hacían desde el feminismo, y al mismo tiempo la acompañaron de palabras como “feminazi” y “mangina” para que la crítica no se quedara en las ideas y llegara a las personas que las proponían. Pero como han comprobado que el discurso “machismo” versus “hembrismo” se presenta como conflictivo y cargado de agresividad y violencia por su parte, algo que refleja su machismo latente, han dado un paso más en busca del camuflaje de la neutralidad a través del lenguaje y ahora hablan de “masculinismo”, el cual aparece con “Ph neutro” y comparable en sentido al concepto de “feminismo”. De este modo, aunque sus palabras cargadas de ataques contra la Igualdad son las mismas su imagen es diferente, y se presentan como más proactivas en busca de esa “igualdad real” que suponga dirigir las mismas acciones para hombres y mujeres y, de ese modo, mantener la desigualdad existente sin entrar en el significado histórico que ha dado origen a la misma.

El “masculinismo”, tal y como se aprecia en las redes sociales en palabras de sus “porta a voces”, porque hablan a base de ataques y cargados de agresividad, no reivindica la Igualdad, aunque habla de ella para que la Igualdad sea lo que ellos decidan que debe ser la Igualdad. Es lo que han hecho los hombres a lo largo de toda la historia al tutelar a las mujeres y lo de las mujeres, y que ahora pretenden seguir haciendo en lo social y en lo individual, como cuando el marido dice en nombre de la libertad y de su igualdad, “yo dejo que mi mujer haga lo que quiera”.

La propia estrategia del “masculinismo” demuestra el fracaso de la posición machista en la sociedad, a pesar de que aún mantienen mucho poder y toda la violencia para hacer daño, pero como en verdad van perdiendo espacio. Ahora necesitan exhibir su machismo y elegir presidentes como Donald Trump y contar con columnistas y locutores que se hagan eco de sus palabras, para que la parte nostálgica de la sociedad se de cuenta de que ellos y su machismo siguen presentes en una nueva realidad cada vez más crítica con la desigualdad y el machismo.

El error del machismo y de su “masculinismo” es no ver que el feminismo defiende la Igualdad, no a las mujeres contra los hombres, sino la Igualdad sobre la injusticia histórica que ha creado la desigualdad, y con ella la discriminación, el abuso, la violencia… que las han apartado de las posiciones donde deberían haber estado para que la convivencia y las relaciones se construyeran y desarrollaran con las aportaciones de hombres y mujeres. Por ello el feminismo parte de la visión crítica de las mujeres y reivindica su presencia y protagonismo, porque los hombres nunca se han preocupado de hacerlo en los miles de años que llevan dirigiendo la sociedad desde sus posiciones de poder. El resultado final, por tanto, será la Igualdad para toda la sociedad, y ello exige corregir la desigualdad en quien la sufre, o sea, en las mujeres.

El “masculinismo” es “lo de los hombres”, “para los hombres”, “desde los hombres” y “con los hombres”, por eso recurren a los mismos argumentos de las denuncias falsas en violencia de género, a que las mujeres también son violentas, a la custodia compartida impuesta con independencia de las circunstancias de la relación de pareja, a que las mujeres son malas y perversas y alienan a sus hijos e hijas contra los padres a través del SAP… es decir, las mismas razones del machismo y las mismas que el posmachismo maquilla, pero ahora como si sugieran de un planteamiento reflexivo nacido del “ataque” que la Igualdad y sus medidas suponen contra los hombres y su masculinidad.

El “masculinismo” es la plasmación social de una de las estrategias que más utiliza el posmachismo al presentar a los hombres como víctimas de las mujeres y de la situación social: víctimas de denuncias falsas, de suicidios, de mayor tasa de accidentes de tráfico y laborales, de menor vida media… El “masculinismo” es la elevación a lo social del “hombre víctima de la Igualdad”, bien por acción o por desconsideración, y por lo tanto, se presenta como “victimismo masculino” para fijar la atención sobre los hombres sin cambiar nada en los hombres.

Y es cierto que los hombres tienen muchos problemas, nunca ni nadie los ha ocultado ni cuestionado, pero la solución está en la Igualdad, no en más desigualdad. O lo que es lo mismo, la respuesta es el feminismo, no el “masculinismo”.

Malos, locos y borrachos

hombres-malosTambién celosos, drogadictos, trastornados… esa es la forma de presentar a los hombres que tiene el machismo. 

Los mismos machistas que no dudan en saltar sin red a los medios y a las redes sociales en defensa de los hombres, a los que presentan como víctimas de una conspiración feminista-planetaria que incluye a las instituciones del Estado, en verdad piensan que detrás de todo hombre hay un loco, un borracho, un drogadicto… en definitiva un “hombre malo” en potencia, pues esa es la forma de justificar la violencia de género que cometen esos hombres que nunca antes han sido considerados como borrachos, locos o drogadictos, y mucho menos como “hombres malos”, hasta el punto de que incluso después de asesinar a sus mujeres son reconocidos por el vecindario como “buenos hombres”, “buenos vecinos”, “buenos maridos”, “buenos padres”… Todo menos esos “hombres malos” que se han puesto tan de moda últimamente para explicar la violencia de género.

El machismo no defiende a los hombres, se defiende a sí mismo y eso significa que defiende a los hombres mientras sean útiles dentro de las diferentes jerarquías del modelo patriarcal. Los hombres debemos ser conscientes de la trampa que esconde el machismo al decir que habla en “defensa de los hombres”, cuando en realidad lo único que defiende son los privilegios que luego disfrutarán hombres, pero no todos. Por esa razón mantiene a cualquier precio la desigualdad de género como forma de garantizar beneficios a cualquier hombre a través de la discriminación de las mujeres. El “premio” para cada hombre está construido en esa desigualdad entre hombres y mujeres, tanto en el ámbito particular de la intimidad, recordemos que las mujeres dedican cada día un 97’3% más de tiempo al trabajo doméstico y un 25’8% más al cuidado de hijos e hijas, mientras que los hombres tienen un 34’4% más de tiempo de ocio diario (Barómetro CIS. Marzo 2014); como en la sociedad, donde han dispuesto de lo público como algo propio, hasta el punto de considerar la Igualdad como un ataque a sus posiciones y una pérdida de algo que les pertenece, tal y como recogían las palabras del presidente de la CEOE cuando afirmó que “la incorporación de las mujeres era un problema para el mercado laboral”.

El machismo es poder y como tal conlleva enfrentamiento y violencia como un instrumento para alcanzarlo y perpetuarlo, una violencia que también sufren los hombres como parte de sus luchas en determinados contextos y espacios habitualmente relacionados con la delincuencia. Esa es la violencia que con más frecuencia y gravedad sufren los hombres y de la que no dicen nada desde el machismo por formar parte de su estrategia de poder en el espacio público. Algo similar a lo que ocurre con la violencia de género, que también callan sobre ella porque es parte de la estrategia que siguen en el contexto privado, hasta el punto de haberla convertido en una violencia estructural amparada por la normalidad y la justificación, que sólo puede afectar a las “malas mujeres”, es decir, a aquellas que la cultura considera que han hecho algo para que el hombre responda de esa manera.

El machismo lo único que defiende es su modelo de masculinidad arraigada en el poder de esa cultura que ha diseñado para los hombres, y en los hombres “diseñados” con una identidad que defiende al machismo. Es un doble refuerzo: lo colectivo define y recompensa lo individual, y cada individuo defiende y refuerza lo colectivo con todas sus ideas, valores, creencias, normas, costumbres… porque saca beneficio de ellas.

Por eso el “hombre de verdad” para el machismo debe ser capaz de “poner a la mujer en su sitio” sin necesidad de que trascienda a la sociedad combinando el control social, la amenaza y, en caso necesario, el ataque explícito a través de la agresión. Para el machismo, un hombre denunciado por violencia de género, no digamos si lo ha sido por una agresión grave o un homicidio, es un hombre que “ha fracasado” en su control, en ese objetivo de retener a la mujer en “su sitio”. Para el machismo el hombre denunciado es un “mal hombre” que pone en riesgo al grupo y a toda la construcción cultural, por ello lo primero que intenta es cuestionar la denuncia diciendo que es falsa, pero si fracasa o los hechos son objetivos, entonces lo aparta del grupo de “hombres buenos” y lo consideran un borracho, un loco, un drogadicto, un extranjero… en definitiva, un “hombre malo”.

Como se puede ver, cuando afirman que hay “hombres malos” que llevan a cabo la violencia de género y lo concretan en el loco o en el borracho, lo que están diciendo no es que el hombre-loco o el hombre-borracho maltrata, sino que el loco o el borracho maltrata, destacando la circunstancia sobre su condición de hombre y de la masculinidad construida por la cultura. La consecuencia directa es que liberan al resto de los hombres de ser maltratadores al no ser locos, borrachos o la circunstancia que utilicen en cada momento (celoso, extranjero, psicópata…), por eso interesa tanto que se defina un perfil de maltratador, porque al aceptarlo lo que en verdad se afirma es que el resto de los hombres no lo son.

Los estudios indican que no hay perfil de maltratador, aunque de forma gráfica podríamos expresarlo de otro modo y decir que tiene tres características, como ya recogí hace años. Las tres características del perfil de maltratador son: “hombre, varón, de sexo masculino”, es decir, no hay elementos que lleven a un hombre a ser maltratador salvo su voluntad y decisión, de manera que cualquier hombre puede serlo si así lo decide.

Y toda esta construcción del machismo se completa con la idea creada para las mujeres. Ellas son presentadas como “buenas mujeres”, pero siempre que se atengan al guión dado por la cultura respecto a los roles, funciones, tiempos y espacios asignados. En cuanto se salen del mismo son reconocidas como “hijas de Eva” con toda la maldad y perversidad escondida bajo su piel doméstica. Pero a diferencia de los hombres, su maldad no es algo de “determinadas mujeres” que se han convertido en “malas mujeres” por el alcohol, la locura o las drogas, sino que la presentan como una condición propia de todas las mujeres guardada en su esencia femenina. Para el machismo la bondad de las mujeres se debe de la imposición que hace la cultura y a la intervención de los hombres que controlan que todo transcurra tal y como está preestablecido, de ahí que se llegue hasta justificar la violencia de género como parte de la “normalidad”.

En definitiva, vemos como el machismo ignora los elementos comunes que la cultura ha creado para que exista desigualdad, discriminación, abuso y violencia contra las mujeres, y reduce cada uno de los resultados que trascienden a “hombres malos” o “circunstancias malas”. En cambio, cualquier situación en la que una mujer aparece como protagonista es juzgada sobre su maldad o perversidad: si es positiva y ha triunfado porque se “habrá acostado” con muchos hombres para conseguirlo o habrá hecho cualquier otra cosa, y si es negativa, directamente porque son malas y perversas. Pero es más, mientras que un hombre en cualquier circunstancia es garantía de compromiso, palabra, lealtad… una mujer es presentada como una amenaza.

La cultura machista, o sea, el machismo, establece toda una serie de mecanismos sociales para conseguir articular la convivencia y las relaciones sobre estas referencias dentro de la normalidad, por eso les cuesta tanto abandonarlas y aceptar la realidad. Porque hacerlo y reconocer que los maltratadores y asesinos no son “hombres malos”, ni borrachos, ni locos, sino hombres normales, tal y como recogen los informes del CGPJ tras analizar las sentencias de los homicidios por VG, supone desvelar la estructura social y cultural que es el machismo, algo que supondría la crítica de las circunstancias donde los “hombres buenos” obtienen los privilegios y beneficios a partir de la desigualdad y la injusticia que supone restárselos a las mujeres.

Y claro, es preferible cuestionar a unos pocos “hombres malos” y seguir igual, que cuestionarlo todo y perder los privilegios, aunque el resultado sea la injusticia social y la violencia de género estructural.

Machismo, matrimonio y violencia

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catrina-novio-aLos argumentos del posmachismo para cuestionar la violencia de género no tienen límites, lo hemos visto en las declaraciones del magistrado del Tribunal Supremo, Antonio Salas, y en la reacción que las han seguido argumentando que “no hay que hablar de violencia de género porque la violencia aparece en todos los tipos de relación, también entre personas del mismo sexo”.

Una de las características del posmachismo es decir una cosa y la contraria para generar confusión, que es el objetivo para conseguir que no haya posicionamiento social frente a la desigualdad y que todo siga igual. Veamos cómo lo hace respecto al matrimonio y la violencia de género.

El machismo cuestiona el matrimonio entre personas del mismo sexo, y dice que viene a desvirtuar el modelo tradicional de familia, o sea, el impuesto por la cultura que lo ha considerado como el único válido, llegando a pedir que la unión entre personas del mismo sexo se haga de forma diferente, que se denomine de otra forma y que no tengan los mismos derechos. Con ese posicionamiento reconoce de forma clara la influencia del modelo de relación que la cultura ha establecido a lo largo de los siglos, el cual admiten que actúa como una referencia que lleva a reproducirlo y a facilitar la vía de expresión de lo que significa la relación, ese compromiso nacido del amor, a través del mismo, incluso en parejas diferentes a la clásica hombre-mujer.

Ese planteamiento muestra cómo el machismo viene a reivindicar la autoría del matrimonio, de la familia, de los papeles de los hombres y mujeres dentro de ella, así como algunas formas de organizar la relación y dinámica dentro de ese contexto, desde la distribución rígida de roles, funciones, espacios y tiempos, hasta la idea de autoridad, respeto, sacrificio, entrega… en las personas que forman la relación o familia. En cambio, ese mismo machismo creador de la relación no dice nada sobre la violencia que el propio modelo incorpora cuando entiende que la dinámica entra en conflicto y el orden necesita ser restablecido desde el criterio de autoridad que representa el hombre. Una violencia que, en lo particular, lleva a muchas mujeres a decir lo de mi marido me pega lo normal”, de hecho, el 44% de las mujeres que no denuncian afirman no hacerlo porque la violencia que sufren “no es lo suficientemente grave” (Macroencuesta, 2015); y en lo social hace que mucha gente piense que ante la violencia de género no hay que actuar por ser un “asunto de pareja”.

Esta normalidad de la violencia de género dentro del modelo de relación no se debe a que la violencia se vea como algo normal de forma general, puesto que no se acepta en otros contextos, sino a que el modelo de relación está por encima de las circunstancias y de los elementos necesarios para recuperar el orden que lo sustenta una vez que se ha alterado, incluyendo entre esos instrumentos a la propia violencia. Esto es la violencia de género, la violencia construida sobre las referencias culturales que presentan a los hombres como autoridad y guardianes del orden que ellos mismos han creado, y a las mujeres como sometidas y amenaza de ese orden.

No existe una construcción cultural para la violencia que pueda ejercer una mujer contra un hombre, ni contra la que pueda desarrollar un hombre contra otro hombre o una mujer contra una mujer en una relación homosexual, podrá haber violencia en estos casos, pero no cuenta con la normalidad como argumento ni como justificación.

Y ante la violencia de género secular que ha sido sistemáticamente ignorada por la sociedad y sus leyes, y que incluso ha contado con atenuantes y justificantes de todo tipo, incluso legales, el argumento actual del posmachismo es que no existe y que las razones para que un hombre agreda y asesine a su mujer son muy diferentes, por ejemplo, el recurrido argumento de los celos. Y dicen que si un gay puede asesinar a su pareja por celos un hombre también puede asesinar a su pareja por celos, como explicación de que la violencia de género no existe.

Todo ello forma parte del posmachismo para intentar desvirtuar la violencia de género a través del cuestionamiento de su realidad y de su desvinculación de la desigualdad histórica, o sea, del machismo. Evidentemente, no lo consigue, pero conviene destacar dos elementos de su estrategia bajo este argumento para desenmascarar sus tácticas.

. En primer lugar, sorprende que el mismo posmachismo que reivindica su modelo de familia como una creación propia de sus valores, exigiendo un uso exclusivo y que todo lo que se aparte de su modelo no sea denominado “matrimonio” ni equiparado en derechos, en cambio no reconozca que la violencia que se produce dentro de ese modelo de relación como parte de su “normalidad”, no se entienda como el origen de la violencia en las relaciones homosexuales, y pretendan presentar la violencia en las relaciones entre dos hombres o dos mujeres como “propia” y al margen de la construcción cultural machista que lleva a entender que la violencia puede formar parte de las relaciones.

Es decir, por un lado dicen que el matrimonio, la paternidad, la maternidad y otros elementos son suyos y propios de ese tipo de relación, y en cambio, la violencia que cultural e históricamente forma parte de ese mismo contexto de relación, dicen que no es propia y que es un problema al margen. Curioso planteamiento.

. En segundo lugar, llama la atención la facilidad con la que desde el posmachismo son capaces de conocer el sentido de la conducta y el significado de los hechos en determinadas circunstancias. Lo hacen, por ejemplo, cuando sin más pruebas que su palabra son capaces de afirmar que todas las denuncias que no terminan en sentencia condenatoria son falsas. No necesitan investigación, ni instrucción, ni un juicio, ellos directamente sólo con sus ideas condenan a las mujeres como reas de un delito de denuncias falsas. Y lo mismo ocurre cuando hablan de que los hombres “matan por celos”, y no por violencia de género, simplemente porque ellos lo dicen. Para ello no dudan en dar veracidad al hombre asesino que afirma que mató a su mujer “porque quería dejarlo”, y entender que esa motivación no nace del control y la posesión, ni que la mujer podía querer dejar la relación por los motivos que considerara, entre ellos la violencia, y concluyen sin pudor que todo se ha debido a los celos.

Quizás no sepan que todos los asesinos elaboran sus homicidios sobre una serie de razones y motivaciones: unos porque la mujer “los quería dejar”, otros porque era una “mala madre”, o porque quería “quedarse con la casa”, o porque era una “mala mujer”, o porque se había “reído de ellos”… ninguno de ellos mata “sin querer”. Y esa construcción de los argumentos se hace desde la posición de fuerza y poder que ellos ocupan en la relación, y desde la cual ejercen la violencia hasta llegar al asesinato. Afirmar, como hacen ahora, que esos argumentos no tienen nada que ver con la violencia de género es una falacia, además de una perversidad dirigida a esconder la violencia y la desigualdad que les dan los privilegios que disfrutan y que no quieren perder.

El análisis de las sentencias de los homicidios por violencia de género que realiza el Observatorio del CGPJ muestra cómo en la inmensa mayoría de los homicidios no tienen nada que ver con los celos, ni con las denuncias falsas, ni porque son “malas madres”… decir que esos argumentos son los motivos de los homicidios al margen de la violencia de género es parte de la mentira que busca desviar la atención de la realidad para ocultar el verdadero significado de la violencia de género, que es el machismo.

Por eso resulta muy pobre decir que como hay otros homicidios en contextos similares, por ejemplo, en las relaciones homosexuales, no existe violencia de género. La existencia de violencia en las parejas del mismo sexo lo que demuestra es la violencia de género como referencia impuesta por la cultura a la hora de enfrentarse a los problemas o conflictos que se producen en su seno, no lo contrario. No la niega, sino que la demuestra como realidad histórica anterior a la existencia de parejas del mismo sexo.

El posmachismo intenta manipularlo todo para mantener su poder y privilegios, pero cada vez queda más al descubierto y en evidencia, como ocurre cuando se hacen dueños del modelo de relación de pareja y familiar, y al mismo tiempo intentan presentar la violencia que lo ha caracterizado como algo al margen del mismo.

La violencia contra las mujeres es consecuencia del machismo, no de unos pocos “hombres malos”, sino de toda una sociedad que acepta la cultura de la desigualdad y su violencia como forma de convivencia, y ve en las políticas y medidas a favor de la Igualdad una amenaza y un ataque a sus posiciones privilegiadas.

Machismo supremo

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punetasLa opinión es libre, el desconocimiento no; y cuando un profesional opina de manera contraria al conocimiento que exige el ejercicio de su profesión estamos ante una cuestión de responsabilidad, no sólo de libertad de expresión.

Las declaraciones del magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo, Antonio Salas, revelan, como muy bien dice, su opinión, pero esa opinión indica que está en contra de lo que recoge la ley que debe aplicar, y forma parte de un pensamiento e ideas desde el que se interpreta la realidad y da sentido a los hechos que debe juzgar, lo cual tiene consecuencias directas sobre el resultado. Y lo más significativo es que no da ningún elemento objetivo, ni cita publicaciones científicas, ni tratados internacionales que sustenten sus argumentos, todo forma parte de su opinión y de los que piensan como él.

Algo similar podría haber dicho el médico de Murcia que hace unos meses llegó a la conclusión diagnóstica de que una de sus pacientes lo que tenía es que estaba “mal follada”, y así lo escribió en la historia clínica; o lo que argumentó el profesor de la Universidad de Santiago de Compostela cuando se dirigió a una alumna para decirle que no podía concentrarse en dar la clase porque llevaba un “escote excesivo”; o lo que el exalcalde de Valladolid, León de la Riva pudo haber afirmado al comentar la amenaza de viajar con una mujer en el ascensor… Al final podrían ser “sólo opiniones”, como si esas opiniones no surgieran de un contexto social y cultural que da sentido a la realidad, y como si no tuvieran consecuencias en las decisiones de quienes actúan desde esas opiniones al generar desconfianza en ese trabajo y en las instituciones que representan.

Los argumentos-opiniones del magistrado Salas son muy significativos, aunque nada novedosos dentro de la estrategia que utiliza el posmachismo hace años como forma de resistirse a la Igualdad y a las medidas que pretenden alcanzarla, de hecho, si no fuera magistrado del Tribunal Supremo nadie se habría detenido en ellas. Veamos los dos elementos más destacados.

1.- El problema está en la desproporción de fuerzas entre hombres y mujeres. Según este planteamiento, las personas negras han sido esclavizadas, discriminadas y sometidas porque son más débiles que las personas blancas, los trabajadores del campo fueron explotados por los señoritos debido a su debilidad física, aunque luego eran fuertes para trabajar la tierra de sol a sol… y así podríamos seguir con todos los grupos discriminados. Pero el argumento de la fuerza física va más allá.

En realidad refleja la construcción cultural de la identidad de hombres y mujeres sobre la referencia biológica del sexo, a partir de la cual se asignan funciones y roles para unos y otras. Así, ser hombre conlleva como parte de su identidad las funciones de “protección y sustento” de la familia, y ser mujer las de la “maternidad y cuidado”; y desde esos roles se crea en las hombres la idea de posesión de aquello que se protege y se mantiene, mientras que en las mujeres se crea la idea de sumisión a quien te protege y mantiene. Todo lo que ocurra en nombre de esa construcción no es un error, sino una consecuencia que en algunas ocasiones se puede extralimitar, como, por ejemplo, cuando se produce una agresión y el resultado es más grave de lo previsto. Pero la construcción es tan poderosa que, entonces, en lugar de entenderla como parte de una relación donde la violencia contra la mujer está presente de manera habitual, se limita a criticar el resultado, incluso a sancionar al agresor, pero al mismo tiempo se lanzan justificaciones como que se ha debido al consumo de alcohol, drogas, a algún trastorno mental, o que se trata de un “hombre malo”. De ese modo, en lugar de entender la violencia de género como un problema estructural, se responsabiliza de ella a las circunstancias y se evita cuestionar el modelo histórico de desigualdad, que es el machismo. A partir de ahí, la desigualdad y la violencia no son reales, sino algo natural basado en circunstancias, hasta el punto de llegar a justificarlas, no en la voluntad ni estrategia de quien las usa, sino en la ausencia en la víctima de la característica que lleva a usarla en el agresor. Es lo que señala el magistrado Salas cuando justifica la violencia de género en la “ausencia de fuerza en las mujeres”, algo similar a lo que dijo el ministro Cañete sobre la “superioridad intelectual de los hombres”, destacando la ausencia de inteligencia a niveles similares en las mujeres, como argumento para justificar que haya menos mujeres en puestos de responsabilidad y decisión.

Esa ha sido una de las estrategias del machismo ahora utilizadas por el posmachismo, negar la característica en las mujeres sobre la cual construyen la función de los hombres, bien sea la fuerza, la inteligencia, la competitividad, la determinación, el criterio… o incluso negar las oportunidades a través de la educación, la formación, la experiencia… y luego justificarlo todo como una cuestión natural al orden dado. Un orden que le da a los hombres lo que les niega a las mujeres y que presenta el resultado como “natural”, no como desigualdad ni discriminación.

2.- La negación de la cultura en el origen de los problemas. Como acabamos de ver, el machismo es la propia cultura de la desigualdad que toma lo masculino como referencia universal, y organiza la convivencia sobre las características y funciones de los hombres que, además, niega en las mujeres. La estrategia del machismo ha sido construir una normalidad que invisibiliza la desigualdad y la violencia y las sitúa como parte de las circunstancias para cuestionar sólo los “excesos” ante resultados especialmente graves, aunque sin abandonar en ningún momento las justificaciones.

Cuando el magistrado Salas dice que el machismo no está detrás de todos los casos de violencia de género, olvida que esa cultura que él presenta como neutral, además de crear la desigualdad y su normalidad tramposa e interesada, ha creado la también la norma social que permite integrar la violencia de género, hasta el punto de haber llevado hasta la propia ley los valores sobre los que se sustenta. Debe recordar el magistrado que hasta los años 60 el Código Penal recogía el delito de uxoricidio, por el cual el homicidio de una mujer por su marido apenas tenía consecuencias, y que hasta hace unos pocos años el Código Civil exigía la autorización del marido a una mujer para trabajar o para salir fuera del país, entre otras cosas. Debe entender que ese contexto social y cultural es el que crea las identidades que llevan a que 700.000 hombres maltraten cada año, a que 60 asesinen, y a que sólo el 1% de la población vea en ello un problema grave (Barómetros del CIS).

La única maldad que existe es la del machismo, la del machismo activo y la del machismo que se esconde detrás de la neutralidad, del silencio y de la distancia a la realidad para que todo sigua igual, es decir, “sin Igualdad” y con violencia.

Y el machismo lo sabe, por eso ha desarrollado la estrategia del posmachismo y es tan activo en las redes sociales y en todos los ámbitos, porque sobre un aparente respeto a la Igualdad lo que en verdad está desarrollando es una crítica y ataque a todas las medidas e iniciativas dirigidas a alcanzarla, además de intentar desvincular la realidad actual y sus manifestaciones, entre ellas la violencia de género, de toda la construcción cultural e histórica que es el machismo. De ese modo mandan el mensaje de que el problema no es social, sino de unos pocos hombres “malos”, o alcohólicos, o drogadictos, o locos, o extranjeros… siempre habrá un elemento que libere a los hombres sobre la culpa de un hombre que actúe como “chivo expiatorio”.

Por ello no es extraño que todo se intente reducir a un problema de “opinión”, pues al margen de ampararse en la libertad de expresión para influir y condicionar en la sociedad, cada uno desde la posición que ocupa, pero todos minimizando el significado y las consecuencias una violencia que lleva a asesinar a 60 mujeres de media cada año sin que el 70-80% de ellas ni siquiera haya denunciado por esa normalidad que la envuelve, al hablar de opinión lo que intentan es reducir el problema a la subjetividad e ignorar el conocimiento científico y social sobre el problema y su significado. Dejar el problema en la opinión es dejarlo al margen de la educación, de la formación y de la especialización que, en definitiva, es otro de los argumentos del magistrado Salas en contra de lo que muchos jueces y juezas piden cada día mientras hacen un magnífico trabajo sobre los casos de violencia de género que les llegan.

El conocimiento nos hace libres, por eso el machismo insiste tanto en el desconocimiento sobre la realidad de la desigualdad y la violencia de género, porque el poder está basado en la fuerza y en el desconocimiento. Nada es casual, y en la era Trump hemos entrado en un machismo exhibicionista y con una intensidad y beligerancia como no habíamos visto desde hace años. El diagnóstico es claro: estamos ante un “machismo supremo”.

Nadie

ni-una-menosLa miseria del machismo está en sus palabras y en sus silencios, de ahí que la realidad transcurra a trompicones entre argumentos y justificaciones, pero siempre dando vueltas sobre sí misma y sin avanzar.

Uno de los ejemplos más recientes y significativos lo tenemos en la respuesta dada ante la movilización social promovida por las organizaciones feministas en Argentina bajo el lema “Ni una menos”, país donde cada 30 horas una mujer es asesinada por el machismo. Tardó poco el machismo en echar mano de su estrategia posmachista revestida con la capa de la neutralidad para argumentar que no hay que hablar de mujeres ni de hombres, sino de personas, y que lo justo era decir “Nadie menos” para de ese modo referirse a “ni una menos” y a “ni uno menos”. La perversidad del argumento radica en que se abstrae de la realidad con el objeto de llegar a un planteamiento teórico que se evade de la violencia que maltrata, viola y asesina a las mujeres, y quedarse en un enunciado cómplice que introduce la confusión sobre el verdadero significado de la violencia que sufren las mujeres, al tiempo que esconde las circunstancias que han mantenido esta violencia a lo largo de toda la historia.

Esa confusión es la que trae la duda que hace que la sociedad se mantenga distante al problema y pasiva ante las soluciones.  De ese modo todo sigue igual, o sea, bajo las referencias de un machismo que asesina a las mujeres como parte de la “normalidad”, y luego responde que “todas las víctimas son importantes” o que “la vida de una mujer no vale más que la vida de un hombre”, pero sin detenerse sobre el hecho que lleva a que las mujeres sigan siendo asesinadas cada 30 horas en Argentina y cada 10 minutos en todo el planeta por sus parejas o exparejas (Naciones Unidas, 2013), es decir, bajo la normalidad de una convivencia en la que la violencia forma parte del decorado del hogar.

Resulta sorprendente que una parte mayoritaria de la sociedad aún se pregunte “por qué siguen asesinando a las mujeres”, y en cambio no se cuestione “por qué las han asesinado siempre”, como si el tiempo hubiera llegado para resolver un problema histórico, cuando en realidad lo que hace cada día es consolidarlo e integrarlo con nuevas justificaciones. El tiempo sólo es aliado de la historia, es cierto que puede ser un instrumento de cara al futuro, pero sólo si además de las horas y los días lo llenamos de sentido y razones. Un tiempo formado por la arena de la cultura lo que trae son nuevos argumentos con los que justificar la realidad, no comportamientos diferentes.

Por eso vivimos un aumento de la violencia de género a nivel global, por ello se está produciendo un incremento del número de mujeres asesinadas por sus parejas y exparejas en el planeta, y por dicha razón también aumentan otras formas de violencia contra las mujeres, como la violencia sexual. Y todo ocurre, no porque estén fracasando las medidas dirigidas a erradicar la desigualdad y a promocionar la Igualdad, sino por que ante el nuevo contexto que crean esas iniciativas el machismo y sus machistas están recurriendo a su lenguaje habitual, la violencia, para intentar perpetuar sus privilegios.

No tiene sentido que ante la objetividad de la violencia de género la respuesta sea la pasividad y la justificación. Hablamos de un resultado tan objetivo como el hecho de que un hombre asesina cada 10 minutos a la mujer con la que mantiene o ha mantenido una relación, de cientos de miles de hombres violando a mujeres a lo largo y ancho de todo el planeta, y de millones de maltratadores distribuidos por todos los rincones de los cinco continentes, y todo ello sucediendo en la puerta de al lado, en la calle de enfrente, o en el parque de la esquina, no en campos de batalla, en desiertos lejanos o en junglas impenetrables, ni tampoco en ambientes marginales de delincuencia y criminalidad. Es justo lo contrario, cada uno de esos crímenes sucede con la normalidad como argumento y como objetivo.

La falta de respuesta y el intento de diluir la violencia de género entre el resto de las violencias es el ejemplo más gráfico de que la sociedad y la cultura forman parte del contexto que la genera, pues de lo contrario, con independencia de que no se compartieran las causas y circunstancias basadas en la desigualdad, nadie dudaría en trabajar conjuntamente para su solución y erradicación. Pero no es eso lo que sucede, y cuando una parte de la sociedad se queda discutiendo sobre las posibles causas sin hacer nada sobre un resultado tan grave y objetivo, lo que demuestra es que para esa parte de la sociedad importa más que los hombres mantengan sus privilegios y las circunstancias que los hacen factibles, que la vida y dignidad de millones de mujeres.

Esa es la razón que lleva a entender por qué esa parte de la sociedad, con independencia de no hacer lo suficiente para erradicar la violencia de género y sus homicidios, además desarrolla campañas y estrategias para evitar que se pongan en marcha políticas e iniciativas dirigidas a disminuir el impacto de la violencia contra las mujeres. Son los argumentos de las “denuncias falsas”, de que “todas las violencias son importantes”, de que “las mujeres también maltratan”… Y todo ello lo dicen “condenando” directamente a las mujeres como autoras de un delito de “denuncias falsas” sin juicio y sin nada, atacando a la Fiscalía General del Estado por recoger en sus Memorias que representan menos del 0’1%, e intentando aumentar las estadísticas de los “hombres asesinados por mujeres” al mezclar y manipular diferentes contextos y tipos de violencia, al tiempo que se despreocupan de la violencia que ejercen los hombres sobre otros hombres, y de la desigualdad que lleva al abuso y a la violencia en la sociedad, pues en definitiva es la base para mantener los privilegios de los hombres y la estructura de poder que los beneficia.

Hoy el machismo necesita la estrategia de la confusión que introduce el posmachismo para que la violencia se siga entendiendo como un accidente, y para que cuando surja un machista explícito y directo, como ha sucedido con Donald Trump y como defienden todos los planteamientos conservadores, parezca una necesidad.

Antes la coherencia y la consecuencia entre ideas y comportamiento llevaba al “todos a una”, en cambio hoy la cobardía lleva a la reivindicación de una teórica neutralidad que lo único que hace es mantener la desigualdad existente, y a reivindicar un “nadie” que en verdad son todos los machistas que hay detrás para que nada cambie.

No debemos permitirlo. “Ni una menos” es un grito a la Igualdad, a la Paz, a la Libertad, a la Justicia, a la convivencia… y hablar de “nadie” cuando las mujeres son asesinadas por hombres con nombres y apellidos que utilizan las referencias culturales para lograrlo, es parte de la miseria de un machismo criminal que calla cuando las asesinan y grita cuando se ponen en marcha medidas para impedirlo.

37’1º C: Machismo

fiebre-machismo-2A partir de 370 C es fiebre, por lo tanto 37’10 C ya es fiebre y 400 C mucha fiebre.

Esas referencias que se entienden muy bien cuando hablamos de salud o de otros temas, en cambio no se tienen nada claras cuando nos referimos al machismo, y no es casualidad. Todo forma parte de las trampas que el propio machismo ha creado y colocado sobre su territorio hostil para que no sea fácil salir de él. Una de las más utilizadas es la “trampa de lo excesivo”, que permite realizar la crítica sobre aquello que se considera demasiado intenso, dejando el resto como parte de la normalidad y sin cuestionar. Es lo que da lugar a que muchas mujeres digan ante el maltrato lo de “mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado”, criticando la cantidad de violencia empleada, pero no la violencia en sí misma que queda como parte de “lo normal”. Una normalidad que lleva a que sean las mujeres quienes dejen el trabajo o reduzcan la jornada para dedicar su tiempo al cuidado de sus hijos, hijas o familiares, o a que cobren menos por el mismo trabajo, o a que si les tocan el culo en clase o en el autobús, o las piropean por la calle, se entienda que no es exagerado y que forma parte de lo normal. El cuestionamiento sólo se hará cuando cualquiera de esas situaciones sobrepase el límite puesto, e interpretado con sus “machomáticas”, por el propio machismo que lleva a cabo las conductas.

Y es que el machismo ha jugado con la normalidad situando el umbral en una posición más alta o más baja según el nivel de crítica social. De manera que si las circunstancias sociales se vuelven críticas con el machismo, pues baja el umbral para reducir el espacio de la normalidad y para que lo “excesivo” comience antes, pero sin renunciar a todo el machismo que queda bajo él. Y si logra recuperar terreno o cuestionar algunas de las medidas de Igualdad, pues vuelve a subir el listón para que lo “excesivo” comience más tarde y sólo se cuestionen las manifestaciones especialmente graves. Esa ha sido su estrategia histórica, la adaptación a las nuevas circunstancias, pero sin transformar el sentido ni el significado que él daba a la realidad, y sin renunciar a la posición de poder que permitía hacerlo.

Sólo con mirar la evolución histórica de las sociedades se comprueba que nada tiene que ver la España de hace 50 años con la de ahora, pero en las dos permanece el machismo como referencia y moviendo los hilos de la realidad.

Bajo esa construcción, al hablar de la desigualdad que existe en la sociedad y del patriarcado que la ha creado parece que estamos hablando de una abstracción, de algo teórico y distinto a la realidad y, lo más importante, se presenta como ajena a todo lo que sucede en la sociedad y sin nada que ver con el machismo, pues como hemos explicado, éste queda reducido a lo “excesivo”, a todo aquello que supera el umbral del momento cuando en verdad es la propia desigualdad, es decir, la construcción de una cultura sobre las referencias de los hombres que ha permitido situar lo masculino en una posición de referencia, para otorgarse una serie de privilegios sobre los que obtener ventajas y beneficios respecto a las mujeres, que han sido situadas en una posición de inferioridad y bajo su control y supervisión.

Y como se puede apreciar, la desigualdad es una construcción de poder, no un accidente ni una deriva incontrolada del tiempo, sino el diseño interesado para obtener esas ventajas desde la normalidad que da ser “dueño” de todos los mecanismos de influencia y poder, unidos a la capacidad de dar significado y a la posibilidad de utilizar mecanismos de coacción y violencia para conseguir sus objetivos, entre ellos mantener el orden dado sin que haya ninguna consecuencia negativa a pesar del abuso y la injustica, puesto que se hace desde la normalidad. Es más, si se llega a superar el umbral del momento y se produce un resultado grave, también tiene la capacidad de minimizar lo sucedido por medio del argumento de la justificación (alcohol, drogas, celos, trastorno mental…)

Este es el contexto que permite decir al presidente de la CEOE que “las mujeres son un problema para el trabajo”, que el 80% de las 700.000 mujeres que sufren maltrato no denuncie, que el 44% de las que no denuncian no lo hagan porque la violencia que sufren “no es lo suficiente grave”, o que el 21% manifieste no denunciar por “vergüenza” (Macroencuesta, 2015). Todo ello forma parte de lo normal, no porque sea aceptable, adecuado o consecuente, sino porque “está por debajo del umbral” que el machismo, o sea la desigualdad, ha situado.

Intentar gestionar el umbral para situar el listón más alto o más bajo siempre conducirá al fracaso, puesto que significa mantener el machismo con sus manos y puños invisibles bajo él. Hay que quitar el machismo de la realidad, no bajar el umbral, pues el machismo es la desigualdad, no su representación excesiva. Es como la fiebre en salud. Si a partir de los 370 C se considera como tal, 37’10 C ya es fiebre, 400 C es mucha fiebre, y 420 C es muchísima fiebre; y si una persona ha tenido 400 C y al día siguiente tiene 37’10 C sigue teniendo fiebre, menos, pero fiebre; en ningún caso significa que ha desaparecido.

Con el machismo ocurre lo mismo. La desigualdad es el machismo, son los 37’10 C que nos indican que la normalidad social está por encima de la referencia saludable para la convivencia y que, por tanto, estamos ante una “patología social” inaceptable. A partir de ahí la discriminación, el abuso, la violencia… van sumando grados y aumentando la intensidad del problema, pero eso no significa que sólo atendamos y nos preocupemos de los grados más altos y graves para separarlos y cuestionarlos como si fueran problemas ajenos al machismo de la desigualdad, y como si para llegar hasta ellos no se hubiera pasado décima a décima, grado a grado, por todos los anteriores. Y es lo que sucede ahora cuando se rechaza el homicidio sin rechazar lo suficiente la violencia, y cuando se critica la violencia sin hacerlo lo bastante sobre el machismo que la genera.

No entenderlo así es caer una y otra vez en la trampa del machismo, o lo que es lo peor, no salir de ella. El machismo sí es consciente de toda esta situación y por ello ha desarrollado su estrategia del posmachismo como forma de generar confusión, duda y pasividad en la sociedad y, de ese modo, mantenerla distante al problema de la desigualdad y su significado para así poder mover el umbral hacia arriba, y hacer la normalidad más machista y a los machistas más normales. Es lo que ocurre cuando al hablar de violencia de género salen con el argumento de las “denuncias falsas”, de que “todas las violencias son importantes”, de que “las mujeres también maltratan”… Nunca han dicho nada de otras violencias hasta que se ha hablado de violencia contra las mujeres, y por eso tampoco piden nada contra la violencia que ejercen los hombres contra otros hombres, que supone el 95% de los homicidios de hombres. Eso no importa, lo importante es que no se hable de violencia de género, porque eso implica hablar de desigualdad, y hablar de desigualdad supone hacerlo de machismo, y hablar de machismo conlleva desmontar la estructura que sitúa lo de los hombres como referencia para obtener ventajas y beneficios a costa de las mujeres.

No caigamos en las trampas del machismo, la desigualdad es el machismo, no sólo las expresiones graves y “excesivas” que se producen como parte de él. Por lo tanto, lo que debemos erradicar es el machismo, no sólo la violencia de género.

Palabra de dios

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NUBES-RAYOS LUZLa palabra de dios habita entre nosotros porque los hombres habitan entre nosotros. No es de extrañar que la fuerza de las religiones se base en la palabra y que sean los hombres sus portavoces en este mundo terrenal, de ese modo se produce la simbiosis entre lo divino y lo humano sobre un mismo pivote: el hombre. Es una especie de pacto, dios se hace hombre y los hombres se hacen dioses, y la forma de sellarlo es la palabra, pues con ella se hacen los milagros más increíbles.

Por ejemplo, un hombre dice que su mujer se puso una pistola en el pecho y que sonó un disparo, tras lo cual perdió el conocimiento. Luego resulta que el disparo de la mujer fue en la cabeza y que él también se intentó suicidar , pero de repente obra el milagro de la inocencia para pasar la responsabilidad a la mujer, que había manifestado la intención de “acabar con su vida”. http://www.abc.es/espana/madrid/abci-absuelto-hombre-75-anos-acusado-asesinar-mujer-mientras-dormia-201604151543_noticia.html Da igual que las noticias e informaciones del día de los hechos (24-4-13) dijeran que los vecinos manifestaron que las “discusiones eran habituales”,  y que el propio autor estuviera en posesión ilegal de armas. (“Un hombre de 75 años mata a su mujer”) Su relato es suficiente dada la naturaleza divina de sus palabras.

El resultado es lo de menos, el peso de la palabra de un hombre tiene más valor que la propia realidad. Imagino que quienes han intervenido en la valoración del imputado y de lo ocurrido habrán encontrado elementos que demuestren algunas características de los hechos, pero resulta complicado explicar los antecedentes de las “discusiones”, la tenencia ilícita de armas, y el intento de suicidio por parte del acusado. Como también sorprende que en esas circunstancias el “carácter difícil” de la mujer se utilice para justificar un suicidio y no un homicidio, a pesar de los elementos y antecedentes referidos.

La palabra de los hombres es la voz de la conciencia del machismo, y el machismo es la cultura de cada día, por eso se la bendice con la razón. La palabra de las mujeres, por el contrario, es la voz de una maldad capaz de generar el caos con una sola sílaba y derrumbar la construcción más sólida con un simple silencio. De ahí que los hombres, responsables de la mayoría de los crímenes, autores de corrupciones de todo tipo y de los engaños más traidores, hablen de honor y palabra para cuestionar con su moral las palabras de las mujeres. Y no es casualidad.

A los hombres siempre les ha dado lo mismo los problemas que generan otros hombres, da igual que sean crímenes, engaños o amenazas, ninguno de ellos viene a cuestionar su identidad ni su modelo de sociedad; en cambio, la palabra de las mujeres sí cuestiona la construcción de la desigualdad que ha situado su espacio natural en lo doméstico y la familia. Por ello resulta tan importante quitarle la voz y restarle credibilidad cuando hablan, para que no puedan relatar lo que sucede tras las paredes del hogar, y para que sus demandas de Igualdad sean interpretadas como una especie de ataque hacia ellos y su orden social. De ese modo, con las mujeres sin espacio y sin voz, se garantizan su control absoluto y el de las relaciones establecidas sobre la desigualdad.

Por lo tanto, hablar de Igualdad y de violencia de género no es hacerlo sólo sobre algunas de sus consecuencias, el machismo lo sabe, de ahí que reaccione de forma tan beligerante ante los avances conseguidos y trate de impedirlo insistiendo en la rebeldía de las mujeres y en la maldad de sus palabras con argumentos como el de las “denuncias falsas”; da igual que la Fiscalía General del Estado y el CGPJ insistan en que representan menos del 1%, de nuevo la palabra de los hombres obra el milagro y de repente pasan a ser el 80%.

Actuar de ese modo garantiza un doble objetivo, por un lado cuestionan la realidad de la violencia de género, y por otro, refuerzan el mito de la perversidad de las mujeres sobre la mentira y su maldad, de manera que la propia realidad de la violencia de género es utilizada como argumento de su falsedad al ser presentada como una perversión femenina. 700.000 mujeres maltratadas y 60-70 mujeres asesinadas cada año no son suficientes para creer a quienes denuncian, en cambio la sola palabra de los hombres ante indicios y evidencias manifiestas de violencia es suficiente para negarla.

Es lo que ocurrió en Galicia, un hombre agrede a su mujer y la deja en coma, cuando llega la Guardia Civil les dice que alguien entró a robar y, a pesar de que no había ninguna puerta ni ventana forzada ni faltaba nada del domicilio, lo creen. La mujer es ingresada en el hospital de Ourense, y un mes después el propio marido acude a la habitación donde estaba hospitalizada y la acuchilla hasta matarla. http://politica.elpais.com/politica/2015/05/08/actualidad/1431071509_999613.html

Los hombres son inocentes incluso después de probar los hechos y ser condenados, lo vemos todos los días en voz del posmachismo, en cambio, para el machismo violento las mujeres son culpables de nacimiento, por eso primero buscan el “cuerpo a cuerpo” con la violencia y luego el “palabra contra palabra” como defensa, porque se saben victoriosos en los dos escenarios.

La sociedad no puede continuar alimentando con su pasividad y neutralidad esta construcción violenta e injusta, las palabras de los agresores someten más que los golpes, y el silencio nunca es razón. Necesitamos creer en la Igualdad y hacer creíbles cada una de las palabras que se pronuncien en su nombre.

¿Por qué los hombres necesitan ser maltratados?

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HOMBRES MALTRATADOS-TaconLos hombres nunca se han presentado como víctimas de las violencias que asesinan al 95% de los hombres, violencias causadas por otros hombres. En ningún momento a los hombres les ha preocupado el suicidio cuando a lo largo de la historia y en cualquier lugar del planeta la gran mayoría de personas que lo llevan a cabo son hombres. Los hombres tampoco se han preocupado de las denuncias falsas que han rodeado a delitos de todo tipo, y que hacen que otros hombres terminen en prisión o pagando con su dinero indemnizaciones por hechos de los que no eran responsables.

En cambio, los hombres insisten constantemente en ser víctimas de la violencia de las mujeres, hablan sin cesar de que la mayoría de suicidios masculinos se deben a “divorcios abusivos” que los dejan sin nada, y no paran de usar el argumento de las denuncias falsas para decir que con ellas las mujeres se quedan con “su casa”, “su dinero” y “sus hijos”. Y si ya sorprende un interés tan insistente en presentar una realidad caracterizada por la culpabilidad de las mujeres al tiempo que callan otra realidad más grave y frecuente en la que los protagonistas y responsables son los hombres, la intencionalidad de toda esta situación se pone de manifiesto cuando vemos que además de ese interés en presentarse como víctimas de las mujeres, los datos que acompañan a sus argumentos son manipulados y falsos.

Cada año hablan de que hay alrededor de 30 hombres que son asesinados por sus mujeres, cuando en realidad son casos de violencia doméstica en los que los homicidios se producen en el ambiente familiar, pero con otros hombres como asesinos, fundamentalmente padres que matan a hijos, hijos que matan a padres, homicidios entre hermanos o entre otros miembros del grupo familiar. A veces, incluso, van más lejos e incluyen a los hombres que se suicidan después de asesinar a sus mujeres por considerarlos “víctimas de la situación”, cualquier cosa vale para aumentar el número. Respecto a las denuncias falsas, no se cortan y dicen que representan el 70-80% de todas las denuncias, cuando tanto el CGPJ como la FGE en diferentes informes han indicado que son inferiores al 1%. Y con el suicidio han ido aún más lejos, y en una campaña que desarrollaron a través de las redes sociales, y que aún se puede encontrar, dijeron que en 2010 se habían suicidado más de 8000 hombres por “divorcios abusivos”, cuando ese año, según el Instituto Nacional de Estadística, el número de suicidios totales fue inferior a 4000.

El machismo manipula y miente para confundir sobre el significado de la violencia contra las mujeres, y para poder presentarse como víctimas por duplicado: Por un lado, víctimas de las mujeres, de su perversidad y de su maldad, y por otro, víctimas de las medidas dirigidas a instaurar la Igualdad, que son presentadas como un nuevo ataque contra los hombres.

Todo esto no es un error, forma parte de una estrategia que ya no busca ocultar la violencia de género, como ha hecho el machismo a lo largo de la historia, ahora resulta imposible hacerlo ante la evidencia de sus resultados en forma de agresiones, denuncias y homicidios, pero sí esconder su significado y disminuir su impacto en las conciencias adormecidas de una sociedad que soñaba con la libertad mientras la encadenaban con los grilletes de la desigualdad.

El objetivo del machismo es negar la mayor, es decir, negar la propia existencia del machismo y presentar la realidad de la violencia de género, los abusos y la discriminación como resultado de determinadas circunstancias y de algunos hombres, no como un problema social. De ese modo, al negar la desigualdad y la construcción de la violencia de género sobre las referencias culturales que llevan a los hombres a usar la violencia contra las mujeres para corregir y castigarlas por aquello que ellos deciden, consiguen un triple objetivo. Por una parte, invisibilizar la injusticia histórica y su violencia, por otra, mantener las circunstancias que han dado lugar a ella y de ese modo continuar con sus privilegios y los instrumentos para conseguirlos, entre ellos la violencia normalizada, y en tercer lugar, presentar a las mujeres como agresoras e igual de violentas que los hombres, pues bajo esas razones afirman que la violencia en las relaciones de pareja no es cuestión de identidad, sino de oportunidad.

La trampa es clara: si todos somos víctimas nadie es agresor al amparo de la cultura, se trata tan solo de circunstancias que llevan a hombres y mujeres a agredir.

Por eso los hombres “necesitan” ser maltratados e insisten tanto en presentarse como víctimas de las mujeres, cuando nunca se han presentado como víctimas de otros hombres. Y por eso utilizan cada uno de los casos que se producen para generalizar y elevar a categoría las denuncias falsas o la violencia por parte de las mujeres, al tiempo que callan ante los homicidios por violencia de género, frente a las 700.000 mujeres agredidas cada año, sobre el silencio y la soledad que lleva a que el 80% de esas mujeres no denuncie, y ante la injusticia histórica que pretenden arrastrar hasta el futuro.

Nunca les ha preocupado esa injusticia que han protagonizado ellos mismos, puesto que con ella beneficiaban a sus intereses y privilegios construidos sobre la desigualdad, aunque para ello muchos hombres y todas las mujeres puedan sufrir violencia, abuso y discriminación. Cualquier precio es asumible cuando la recompensa se presenta en lo material en forma de privilegios, y en lo moral sobre el valor de la masculinidad hegemónica que sostiene el sistema.

Para el machismo la solución no es la Igualdad, sino que todo siga igual; y por eso su estrategia posmachista es tan beligerante con las medidas dirigidas a corregir la desigualdad y a promocionar la Igualdad, y tratan de atacarlas al hacer referencia al coste que representan. Para ellos transmitir en las aulas la desigualdad y la violencia que conlleva es educar, pero transmitir la Igualdad es adoctrinar; para ellos invertir en Igualdad es dilapidar, pero mantener la desigualdad y todos los gastos personales, económicos y en valores democráticos que conlleva es invertir, pues en el fondo sirven para mantener su negocio de privilegios, de brecha salarial a su favor, de dueños del tiempo, de impunidad… En definitiva, para mantener su poder.

La sociedad ya ha descubierto su estrategia y sus trampas. Todo esta claro con el machismo, por eso ellos ven tan oscuro el futuro en Igualdad.

Abusos sexuales a niñas y niños

NIÑA PARED

El homicidio de Alicia, la niña arrojada a través de una ventana en Vitoria después de que su madre encontrara a su pareja abusando sexualmente de ella, ha puesto de manifiesto una vez más esa paradoja humana que lleva a mirar al universo lejano en busca de preguntas, y a cerrar los ojos ante la realidad más inmediata y cercana para no tener que dar respuestas.

La misma reacción social en forma de incredulidad demuestra que esa actitud no es producto de unos pocos ni un error, sino que se trata de una posicionamiento firme ante una realidad amparada por la invisibilidad hecha inexistencia. De algún modo, los hombres juegan a ser dioses al situarse en la cúspide de su creación cultural, pero como no pueden hacer de la nada existencia, demuestran su poder al contrario, y hacen de la realidad inexistencia: tanto poder dar crear como hacer inexistente lo creado.

Nada nuevo. Hace años, cuando se empezó a hablar de violencia de género, allá a finales de los 90, especialmente tras el asesinato de Ana Orantes en 1997, ésta se negaba tras la invisibilidad de los hogares, y cuando salía a la luz en forma de homicidios eran las palabras las que la convertían en fruto de la pasión, el arrebato, los celos, el alcohol… nunca del hombre que la hacía visible. Ahora ya no se puede negar ante las dramáticas evidencias que deja su presencia, pero aún así los románticos del odio intentan borrarla con el argumento de las denuncias falsas, de que todas las violencias son iguales, o de que las mujeres también agreden.

Con los abusos sexuales a niños y niñas ocurre lo mismo. Ahora que comenzamos a saber más sobre ellos, en lugar de dirigir la mirada hacia el problema, se cierran las ventanas, la puerta y los ojos para intentar mantenerlos en la oscuridad. Y cuando se presentan de forma directa y objetiva, la respuesta no es diferente a lo que se decía ante la violencia de género hace años, por un lado se niegan y por otro se tratan de justificar sobre la patología o la anormalidad.

Y no es casualidad esa coincidencia entre la violencia de género y los abusos sexuales a menores, aceptar su existencia y magnitud significa reconocer el problema social y cultural que hay en el origen de los mismos, y señalar de forma directa a sus autores, a los hombres que viven con esas mujeres, niños y niñas dentro de relaciones levantadas teóricamente sobre el amor y el afecto. Y claro, sus protagonistas no están dispuestos a admitirlo, ni en nombre de los valores de su cultura machista ni, menos aún, en nombre propio de una masculinidad tradicional en la que la violencia se presenta como una opción.

Los datos que definen esa realidad violenta son claros y rotundos. El “Informe Mundial de Violencia y Salud” de la OMS (2002) recoge que la prevalencia de los abusos sexuales a niños es del 5-10%, y a niñas del 20%, citando el informe internacional más amplio sobre el tema, el realizado por Finkelhor en 1994.

No hay lugar a la duda, los datos muestran que los abusos sexuales forman parte habitual de la criminalidad, y que la prevalencia en las niñas es el doble que en los niños. Con relación a los autores, revelan que la inmensa mayoría de los abusos sexuales son cometidos por hombres cercanos a los menores, especialmente por los padres y padrastros. Y respecto a los factores de riesgo, la violencia de género aparece como elemento que incrementa la probabilidad de que se produzcan.

Si tenemos en cuenta que en España se producen unos 700.000 casos de violencia de género cada año, que según la Macroencuesta de 2011 hay unos 800.000 niños y niñas que viven en hogares donde se produce esa violencia, y que por encima del 73% de las mujeres salen de la violencia por medio de la separación, la consecuencia es que la posibilidad de encontrar estos abusos sexuales como parte de la problemática de la violencia de género y las separaciones no es despreciable, pues es precisamente tras la separación cuando se ponen de manifiesto los abusos sexuales al distanciarse del agresor y permitir a los menores que los sufren cambiar de actitud y conducta; no antes al estar bajo la influencia de las amenazas y las complicidades que el agresor establece con ellos.

Pero en lugar de atender a esa realidad siendo conscientes de su existencia para profundizar en su investigación, la mayoría de las respuestas institucionales y muchas de las profesionales toman la tangente y dicen que es la madre la que manipula a los hijos para enfrentarlos al padre, hablando de SAP (Síndrome de Alienación Parental), de interferencias parentales o de otros inventos para la ocasión. Y es que resulta más fácil culpar a una mujer cada vez que cuestionar a toda la cultura siempre.

Y por si fuera poco, tras la valoración profesional de los menores se descartan los abusos con argumentos basados en frases como, “al menor se le ve feliz”, “tiene una buena relación con el padre”, “no siente miedo hacia él”… lo cual es una demostración “científica” de sus prejuicios y de la falta de conocimientos sobre el tema, puesto que la mayoría de los abusos sexuales realizados por un padre no se llevan a cabo mediante el uso de la fuerza ni las amenazas, ni consisten en una penetración vaginal o anal, sino como parte de un juego y de una complicidad que hacen que el niño o la niña se sientan “elegidos” y protagonistas de una historia “especial y secreta” con el padre abusador. La situación se suele mantener bajo esas referencias hasta que se modifican las circunstancias con la separación, o hasta que crecen y llegan a la pubertad y al inicio de relaciones más estrechas con el grupo de amigos y amigas que sirven de contraste y crítica a todo lo vivido en sus casas. En esos momentos es cuando se aparece el trauma psíquico con toda sus intensidad, pero de nuevo el tiempo transcurrido respecto a los momentos iniciales se utiliza en contra de los menores y como justificación de que “todo es un invento” de la madre.

Los abusos sexuales a niños y niñas están situados en la parte oscura de la invisibilidad, en la zona más alejada de ese artificio al que llaman normalidad, negarlos lo único que hace es permitir que se prolonguen, y mostrar incredulidad y sorpresa ante los casos imposibles de evitar, sólo demuestra la incomodidad con lo ocurrido al conocerse, no con la realidad que genera cada uno de los abusos.

La violencia que se desarrolla desde el machismo no tiene límites, ni de edad, ni de formas, ni de espacios… El machismo es violencia y engaño para que no lo parezca, y una sociedad machista es una sociedad violenta y falsa, especialmente contra quienes el machismo necesita mostrarse fuerte y poderoso para sentirse superior, es decir, contra las mujeres, sus hijos y sus hijas.

“¿…Y los hombres asesinados?”

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HOMBRES VICTIMAS

Se imaginan que ante la cifra de accidentes de tráfico alguien argumentara, “sí, pero ¿y las víctimas de los accidentes laborales…?”, o que ante los datos de infarto de miocardio saliera un especialista diciendo, “sí, pero ¿y los datos de las hemorragias cerebrales…?”, o que ante una campaña contra el cáncer de mama se respondiera, “sí, pero ¿y contra el cáncer de próstata…?”

Sería absurdo y nadie tomaría en serio la pregunta, en cambio, que al hablar de violencia de género uno de los principales argumentos sea “sí, pero ¿y los hombres asesinados…?” parece correcto y oportuno, lo cual, sin duda, dice mucho de los valores de nuestra sociedad.

Cada uno de esos “sí, pero…” en verdad demuestra un no rotundo y un desprecio al problema planteado al presentar los datos y la información, porque ningún problema social se resuelve negando y desconsiderando otro.

Y no es casualidad que cada vez que se dan las cifras de las mujeres asesinadas la respuesta sistemática desde sectores muy diferentes (sociales, académicos, políticos, periodísticos…) sea ese “sí, pero ¿y los hombres asesinados?”, puesto que se trata de las mismas personas que desde esos espacios intentan reducir los 700.000 casos de violencia de género a las 120.000 denuncias, para luego decir, “sí, pero ¿y las denuncias falsas…?”

Hacer este tipo de comentarios ante el drama de la violencia de género no tiene consecuencias porque quien lo dice es el machismo. El argumento de quien nunca se ha preocupado por ninguna violencia hasta que no se ha hablado de violencia de género, de quien utiliza todo tipo de muertes (niños, niñas, personas ancianas, hombres…) sin importarle ninguna de ellas para ocultar las mujeres asesinadas, de quien cuenta los suicidios de hombres que asesinan a sus mujeres y después se quitan la vida, para aumentar la cifra de “hombres muertos dentro de las relaciones de pareja”, de quienes incluyen los bebes asesinados por sus madres en las más diversas circunstancias como “hombres muertos a manos de mujeres”, o de quienes recurren al suicidio de los hombres para decir que la culpa la tienen las mujeres por los “divorcios abusivos”… La idea es clara, aumentar las cifras de hombres víctimas, y así atacar a las mismas mujeres que están siendo asesinadas bajo las referencias de la cultura que ellos defienden con sus estrategias y manipulaciones.

Si en realidad les preocupa la violencia que sufren los hombres deberían de decir algo de los más de 300 hombres asesinados cada año por otros hombres en España, y de que Naciones Unidas haya concluido en sus informes que el 95% de los homicidios que se producen en el planeta sean cometidos por hombres contra hombres; pero estos homicidios entre hombres-machos parece que no les importan. Del mismo modo que no dicen nada de los hijos e hijas asesinadas por los padres dentro de la violencia de género para así ocasionarle un mayor dolor a la madre (9 en 2015), ni tampoco de la orfandad a la que condenan a cientos de ellos cuando asesinan a sus madres (más de 130 sólo en los últimos 3 años).

Si en verdad les preocupa la violencia existente en la sociedad pedirían que cada tipo de violencia se abordara con sus características y circunstancias específicas, no que todas se incluyeran en el mismo saco, y menos aún se les ocurriría plantear como primera medida quitar lo que se ha puesto en marcha para erradicar la violencia de género desde ese abordaje especializado. Pero sobre todo, buscarían una sociedad y una cultura más justas en las que la convivencia y las relaciones entre las personas se establecieran desde la Igualdad y el respeto, no desde la jerarquía y el poder asociado a la condición otorgada por la propia cultura, puesto que son esas referencias las que llevan al abuso y la violencia.

No lo hacen porque, como hemos indicado, lo único que pretenden es evitar que se hable de violencia de género y quitarle su significado para que no pueda ser relacionada con la desigualdad y el machismo. De hecho, si analizamos la evolución social y el origen de esta reacción posmachista, comprobamos que el comienzo está alrededor de la aprobación de la Ley Integral, una herramienta clave para abordar de manera global, desde la prevención a la sanción, el problema de la violencia contra las mujeres.

Recordemos que en España, desde el asesinato de Ana Orantes a manos de su exmarido, José Parejo, en diciembre de 1997, hasta la promulgación de la Ley Integral en diciembre de 2004, transcurrieron 7 años en los que se habló de violencia contra las mujeres alrededor de cada uno de los muchos homicidios que se produjeron, y no se escuchó ninguna voz especialmente crítica con las medidas aisladas de entonces. Pero con la aprobación de la Ley Integral y su referencia al origen cultural a través del atacado concepto “género”, se organizó el posmachismo y se produjo la reacción que buscaba cuestionar la realidad de la violencia de género, al tiempo de atacar a las mujeres y a toda persona que la defendiera. Y no es casualidad, puesto que ese origen cultural es el responsable de la normalidad que la envuelve y la mejor protección para el maltratador, hasta el punto de que aún hoy el 23’6% de las mujeres asesinadas había denunciado previamente la violencia que venía sufriendo (Estadísticas oficiales de 2015), el 44% de las mujeres que no denuncian refieren no hacerlo porque la violencia sufrida “no es lo suficientemente grave para ser denunciada” (Macroencuesta 2015), y los agresores condenados respecto al total de casos no alcanza el 5% (Macroencuesta 2011 y CGPJ).

El objetivo es claro, impedir que se llegue a la raíz cultural que existe en el origen de esta violencia y evitar que las medidas puestas en marcha, y la consecuente toma de conciencia del verdadero significado de la realidad, puedan modificar la construcción machista, el diseño de las identidades, roles y funciones que ha elaborado, y la violencia normalizada necesaria para mantener esa organización social. Y todo ello sucede porque quien está detrás de esta violencia no son los 60-70 machistas que asesinan cada año ni los 700.000 que maltratan, sino el machismo como construcción cultural que otorga privilegios y beneficios a quienes reproducen sus valores y referencias, con independencia de que usen la violencia contra las mujeres.

No es necesario que todos los hombres maltraten para obtener beneficios, pero sí que el machismo funcione y se mantenga.

No hay duda de que hay que trabajar en todas las violencias, pero contra cada una considerando sus elementos y circunstancias específicas, y el primer gran instrumento para acabar con todas ellas es la Igualdad… Por eso tampoco sorprende que quienes se oponen a la Igualdad sean los mismos que cuestionan la violencia de género, que justifican con frecuencia a los agresores que la llevan a cabo, y los mismos que intentan presentar la Ley Integral como dirigida contra “todos los hombres”, no “contra los hombres que maltratan”, para intentar presentar los cambios sociales como un ataque a los hombres y así generar más resistencias y violencia.

Si pero, ¿y la Igualdad?… Pues aquí, cada vez más cerca de ella, de ahí la reacción posmachista del machismo.

Mamíferos de salón

"Amamantar a un bebé en un lugar público, aunque no se muestre el pecho o el perseguido pezón, para muchos es considerado como una 'falta de educación' sobre la base cultural androcéntrica, como una especie de provocación"

 
Impulso de OMS y Unicef a un estudio sobre la importancia de apoyar la lactancia materna en los primeros días

 

 

El "hombre" ha convertido la cultura en naturaleza y la incultura en religión, de ahí muchas de las sorpresas que nos asaltan. Y si no que se lo digan a la mujer expulsada del Corral del Carbón por dar el pecho a su bebé.

Parece que cuando, hace un par de cientos de miles de años, se miró al espejo de la conciencia lo hizo por su cara convexa, por esa que aumenta de tamaño la realidad y la hace más grande. Tanto que llegó a crear al mismo dios a su imagen y semejanza, y a lo que representaba, ese mundo "surgido de lo divino", al no poder crearlo, lo reinterpretó para elevarlo más allá de sus ojos. Y como esos cantantes que hacen una mala versión de una gran canción, puso la música de la cultura entre el cielo y la Tierra para silbarla ante cualquier situación, y de ese modo disimular su responsabilidad individual.

Así hizo de la cultura su hábitat y le dio un significado y trascendencia a la realidad para que todo transcurriera como "dios manda", o sea, como ellos, los hombres, decidieran. De manera que a partir de ese momento todo giró alrededor de esa visión androcéntrica: el sol, la Tierra con sus 24 horas y, por supuesto, la otra parte de la humanidad, las mujeres.

La historia es larga, pero manifestaciones de esta construcción las tenemos a diario, desde las más terribles de la violencia de género, hasta las más dulces relacionados con la maternidad vinculada a la identidad de las mujeres, que antes que parte de la especie como seres humanos iguales en sus diferencias, son reconocidas como madres, y como tales vinculadas a un hombre en un contexto doméstico, que es lo que la cultura ha decidido que deben ser las circunstancias para la maternidad.

Las mujeres quedan vinculadas a una función "trascendente" en lo humano y en lo divino a través de esa responsabilidad con la continuidad de la especie y la estirpe. Y eso hace que el cuerpo de las mujeres haya sido "sacrificado" en parte a esa función: lo es en la fisiología gestante y en su psicología maternal, y lo es en la anatomía como vía de acceso a esos objetivos e ideas.

La cultura androcéntrica ha jugado con el cuerpo de las mujeres como si fuera el barro original. Lo ha modelado para cambiar sus características conforme la sociedad del lugar y momento decidía que debía ser la belleza orientada a los hombres, con el fin de mantener el estímulo suficiente para que se cumplieran los objetivos "naturales y culturales".

La cosificación de las mujeres

Bajo esa concepción, el cuerpo ha ido cambiando con el tiempo según las modas, y le han puesto más o menos grasa, han jugado con el cabello y con el vello, con la tonalidad de la piel y su exposición al sol, con la dilatación de las pupilas y la longitud de las pestañas, con los complementos y los suplementos… Y todo ello con el mensaje necesario para que fuera mostrado con la prudencia y la insinuación necesaria para que unas veces fuera atracción y otras provocación.

El cuerpo de las mujeres ha sido cosificado y considerado como razón para determinadas conductas, y como justificación para otras. La misma cosificación que vemos en el momento actual a través de la publicidad, de los piropos, del cine y la televisión, de las tareas y funciones consideradas "propias de mujeres"…

Dos son las grandes referencias sobre las que se produce la cosificación de las mujeres. Una es la sexualidad, presentando a las mujeres como objetos sexuales para que los hombres puedan satisfacer sus deseos de poder a través de ellas y su relación con el sexo. Y la otra es la maternidad, tanto desde el punto biológico, como de las funciones de cuidado y afecto que conlleva para el "entorno familiar", no sólo para el bebé.

Y cada una de estas referencias ha necesitado de enganches con la realidad para hacerlas creíbles y accesibles a la interpretación que se hace desde la cultura, con independencia de que el objetivo final sea la cosificación de las mujeres en general.

La cosificación sexual se ha centrado en el espacio público y en la exposición de las mujeres con la idea de hacerlas accesibles a los deseos y fantasías de cualquier hombre, incluso de materializarlas a través de la violación y la prostitución bajo el argumento de la provocación y la aceptación de las propias mujeres, y de paso destacar el mito de su perversidad y maldad. Esta cosificación se ha basado en lo que en cada momento y lugar han sido consideradas como zonas erógenas y excitantes, de ahí que se haya partido de cubrir por completo el cuerpo con la ropa a descubrir progresivamente partes del mismo: tobillos, pantorrillas, rodillas muslos… Antebrazos, brazos, hombros, escote… Ombligo, caderas, espalda… y cada uno de estos pasos, en su momento, era considerado como una provocación o una atracción.

Por el contrario, la cosificación sobre la maternidad implica intimidad y privacidad en el seno del hogar. Y el elemento que la escenifica ha sido ha sido amamantar al bebé, puesto que el embarazo y todo lo relacionado con él, siendo el origen de la maternidad, en el fondo destaca más el hecho biológico que el cultural, que es el que da significado a partir de la familia, el marido, el hogar… y el resto de elementos. Dar el pecho es la representación cultural más destacada de la maternidad, y así ha quedado representada en el arte desde las venus paleolíticas con sus grandes senos, como la 'Venus de Willendorf', y en la conciencia. Y como tal creación, para sus autores debe quedar relegada al ámbito y circunstancias que le dan significado.

Todo depende del significado

Amamantar a un bebé en un lugar público, aunque no se muestre el pecho o el perseguido pezón, para muchos es considerado como una "falta de educación" sobre la base cultural androcéntrica, y como una especie de provocación a partir de las dos referencias que cosifican a las mujeres, especialmente cuando se produce "por capricho" de la mujer, y no por necesidad: sobre la sexual por mostrar en exceso lo que aún no ha sido permitido (salvo en determinados contextos, y no sin críticas, como sucede en la playa o en las piscinas); y sobre el maternal, por romper el con la intimidad propia del momento, y exponer ante los demás lo que sólo debe quedar para los ojos de los suyos. Es la misma "confusión" o "mezcla" que produce en quien observa la escena, mientras que hay quien mira la dulce escena del bebé tomando el pecho, otros miran el excitante e insinuante "pecho expuesto de la mujer".

La misma sociedad que muestra el cuerpo de las mujeres para todo tipo de reclamo, y para justificar cualquier tipo de conductas, es la que esconde el hecho natural de amamantar a un bebe por ser indecoroso, maleducado, inadecuado, inoportuno… Todo depende del significado que se da a esa anatomía femenina, y ese significado se basa en cómo se ajusta o se aleja de las referencias establecidas para las funciones de las mujeres a través de sus cosificados cuerpos.

Partir de las referencias masculinas lleva a esta construcción, en ningún caso ha dependido de los que las mujeres han podido decidir en libertad. Ahora las mujeres, después de miles de años, han "tomado posesión" de su propio cuerpo para decidir con él y sobre él, y eso es algo que genera un gran desasosiego, confusión, intranquilidad, inseguridad… en muchos hombres y algunas mujeres que siguen dando significado a los hechos a través de la visión tradicional.

Lo hemos visto estos días cuando una mujer fue expulsada del Corral del Carbón, en Granada, por amamantar a su bebé, y lo vemos cuando algunas reivindicaciones feministas, bien por FEMEN o por otras mujeres, se hacen a través de su cuerpo.

Para el patriarcado la evolución cambió cuando los humanos fuimos encerrados en su cultura, a partir de ese momento hombres y mujeres dejamos de ser iguales, y como especie dejamos de ser mamíferos en la Naturaleza para pasar a ser "mamíferos de salón".  

Los machistas también votan

Rivera se muestra en Vistalegre como el primer presidente catalán de la democracia

EFE

Las elecciones en democracia tienen la extraña capacidad de enfrentarnos a nuestros sueños y a nuestros miedos, y de hacerlo al mismo tiempo. Quizás por eso al final la mayoría de la gente, con independencia del resultado, siente haber perdido algo, aunque sólo sea la oportunidad de seguir soñando.

Estos días de campaña son muy gráficos en ese juego de deseos y realidades, y mientras que hay quien va a la sociedad como una oportunidad de cambiarla para acabar con sus desigualdades e injusticias, también hay quien la ve como el terreno sólido sobre el que seguir levantando su estructura de poder y privilegios, aunque sea a costa de los derechos de los demás.

 

Los temas que habitualmente forman parte de los debates de campaña son los que preocupan a la sociedad según las encuestas y los Barómetros de CIS, y los candidatos no viven al margen de esa misma sociedad, aunque su distancia a las aceras sea inversamente proporcional al número de pasos que ahora dan por ellas durante la campaña.

Por eso, con frecuencia el lenguaje interno de la política lleva al silencio con la sociedad, y por ello el silencio se trata de llenar con palabras huecas que ocupen mucho espacio y permanezcan tiempo en el aire, como pompas de jabón, para que así vayan de tertulia en tertulia o de tuit en tuit. Pero en realidad no dejan de ser silencio envuelto en letras.

Es lo que ocurre con la violencia de género y la desigualdad. Si un grupo terrorista tuviera amenazada a la mitad de la población, y cada año asesinara a 60-70 personas y maltratara a 700.000, no habría otro tema en el debate de la campaña ni propuesta que no girara alrededor de ese grave problema. Nada podría ser más importante que acabar con esa amenaza y su dramático resultado.

La violencia de género no es como cualquier otra violencia

Sin embargo, que el machismo tenga amenazadas y discriminadas a las mujeres, que cada año asesine a 60-70 y maltrate a 700.000, no sólo no genera debate más allá de cada homicidio, sino que hay un partido que aspira a gobernar (Ciudadanos), que ha tomado como suyo el discurso posmachista y plantea abordar la violencia de género como si se tratara de cualquier otra violencia. Y encima dicen hacerlo en nombre de la Igualdad.

Ninguna otra violencia cuenta con un 3% de población que diga que es aceptable en determinadas ocasiones (Eurobarómetro, 2010), ni hay otras violencias que lleven a que el 44% de las personas que las sufren manifiesten que no denuncian "porque la violencia sufrida no ha sido lo suficientemente grave", o a que el 21% no lo haga porque !se sienta avergonzado" (Macroencuesta, 2015). Ninguna otra violencia cuenta con un 30% de la juventud que indica que cuando un hombre pega a su pareja (mujer) es porque ella habrá hecho algo (Centro Reina Sofía, 2015), ni juega con la pasividad como cómplice cuando el 70% de los hombres refiere que no haría nada si ve a un amigo golpear a su pareja (mujer) (Estudio del Ayuntamiento de Málaga, 2015). Ni tampoco hay violencia alguna que cuente con la ayuda de una parte de la sociedad, que de manera constante y beligerante trata de ocultarla bajo la confusión y la negación hablando de "denuncias falsas" y de que "todas las violencias son iguales".

Y eso es así porque quien amenaza a las mujeres, las maltrata y las asesina es el machismo; y el machismo es la esencia de la cultura que nos organiza y nos dice cómo relacionarnos.

El ejemplo más manifiesto de esta complicidad social machista en la violencia de género nos lo muestra el CIS a través de sus Barómetros. No hace falta que nos vayamos muy lejos. Si nos quedamos con el último publicado (noviembre), justo el que nos dice cómo está la sociedad que el próximo día 20 se enfrenta a sus sueños y a sus miedos en las urnas, la violencia de género, con sus 60-70 homicidios y sus 700.000 casos de maltrato, sólo es un problema grave para el 0’8% de la población.

Los machistas también votan, los partidos lo saben y por eso alguno sólo responde cuando los homicidios toman la palabra. Entonces sí, entonces no faltan propuestas y compromisos, pero sin que en la mayoría de los casos logren traspasar el silencio que regresa conforme los días dejan atrás el dolor.

Ciudadanos ha dado un paso más intentando captar explícitamente el voto machista. No ha sido un error, es parte de una estrategia, así lo demuestran los argumentos posmachistas utilizados para justificar su iniciativa y la feroz defensa que hacen de ella en las redes.

Las políticas sobre violencia de género no pueden ir al margen del resto de las políticas. Hablamos de Igualdad y de Derechos Humanos, no de sucesos ni de unos cuantos hombres, por eso no puede haber éxito en las medidas dirigidas exclusivamente a abordar el resultado de esta violencia. No habrá seguridad para las mujeres en una sociedad machista, de ahí que la única solución sea transformar el machismo en Igualdad, y ello también exige acabar con los mensajes confusos que siguen responsabilizando a las mujeres de todos los males, incluso de la propia violencia que sufren.

Si no acabamos con las causas habrá más homicidios. Ninguno de los 54 hombres que asesinaron en 2014 han asesinado en 2015, ni los 52 asesinos de este año matarán en 2016, el problema no está en ellos, sino en el machismo que los alimenta a todos y en el posmachismo que incita a cada uno de los agresores.

Dejarse sorprender por la realidad sólo demuestra la distancia que se guarda para protegerse de ella. Es más sencillo estar el margen y ver los problemas pasar que enfrentarse a la corriente de los días, por eso hay quien se refugia en los miedos en lugar de exponerse a los sueños.

La Igualdad y la Paz no pueden dar miedo, ni pueden ser sólo un sueño.

Un experto relaciona la violencia de género con una reacción del machismo ante la igualdad

Miguel Lorente ha participado en el Parlamento en las I Jornadas sobre 'Violencia contra las Mujeres. Jaque al Patriarcado'

18 de Noviembre de 2015 (13:17 h.) | Navarra.com
El médico forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada Miguel Lorente.

El médico forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada Miguel Lorente.  

 

 

El médico forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada Miguel Lorente ha afirmado en Pamplona que el incremento de víctimas por violencia de género forma parte "de la reacción del machismo ante el cuestionamiento de su estructura" por el avance de la igualdad. "Si en 2006 eran 400.000 las mujeres que sufrían violencia, en 2011 eran ya 600.000", ha concretado.

Lorente ha ofrecido este miércoles en el Parlamento de Navarra una conferencia en torno a 'La dinámica de la violencia de género' en las I Jornadas sobre Violencia contra las Mujeres, un ciclo de carácter multidisciplinar cuyas conclusiones se pretenden poner al servicio de la Ley Foral para actuar contra la violencia hacia las mujeres que, aprobada por unanimidad el pasado mes de marzo, se encuentra pendiente de desarrollo.

La presidenta de la Cámara, Ainhoa Aznárez, ha sido la encargada de introducir y contextualizar la ponencia de Miguel Lorente, de quien ha dicho que es "un hombre con una mirada feminista que viene aportando muchísimo a este duro transitar de las mujeres".

A lo largo de su intervención, Lorente ha ido desgranando las características de esa "construcción masculina bajo la que subyace una cultura jerárquica y dominante enraizada en la desigualdad que conduce al control, a la imposición, a la violencia como modo de perpetuar el conflicto y, por tanto, el orden patriarcal".

Al hilo de lo apuntado, Lorente ha señalado que esa "vulnerabilidad social que se presenta como orden, no es sino una estructura de poder sustentada sobre elementos masculinos que vienen del Neolítico". "De modo que lo masculino se toma como lo universal, lo adecuado para la convivencia, y lo femenino se relega al ámbito de lo particular, donde también impera la ley del hombre, el patriarcado", ha dicho.

A decir de Lorente, esa dinámica jerárquica juega a favor de la "perpetuación de la mujer en situación de inferioridad". "Al maltratador no le interesa dialogar y consensuar, se sabe con la potestad de condicionar el comportamiento de los demás, de ahí que busque avivar el conflicto", ha expuesto.

"Se siente legítimo para imponer porque la opinión de la mujer carece de valor", ha dicho, para añadir que "el reconocimiento femenino pasa únicamente por la maternidad, en torno a la cual construye su identidad". "Para el patriarcado, el progreso y el reconocimiento social es cosa hombres", ha apuntado Lorente.

El profesor almeriense se ha referido también a la relación inversamente proporcional establecida entre el avance de la igualdad y el incremento de víctimas por violencia de género, una "paradoja" que forma parte de la "reacción del machismo ante el cuestionamiento de su estructura". "Si en 2006 eran 400.000 las mujeres que sufrían violencia, en 2011 eran ya 600.000", ha concretado.

Sin abandonar el plano estadístico, Lorente ha subrayado que en Europa el riesgo de padecer violencia en el marco de las relaciones de pareja es del 24 por ciento. "No sólo eso, un 2% considera que la violencia contra la mujer es aceptable en alguna circunstancia y un 1% que está justificada en cualquier caso", ha precisado.

"Entender el machismo como un problema íntimo es lo que conduce a su perpetuación, de ahí ese 44% de mujeres que, aun sabiéndose víctimas, no denuncia por considerar que el padecimiento no es suficientemente grave. O ese 21% que tampoco denuncia por vergüenza, la constatación última de que se responsabiliza las mujeres de esa situación", ha expuesto.

Para revertir ese dolo y avanzar hacia una situación de igualdad, exenta de privilegios de género, Lorente ha abogado por trabajar desde la perspectiva individual, pero sobre todo desde la cultural-social, "donde radica el germen de todas las violencias".

El médico forense andaluz ha advertido de que "cuando un hombre actúa de manera violenta contra una mujer lo hace con un objetivo y una motivación inserta en una referencia cultural que primero ha interiorizado y luego ha decidido desarrollar". "Esa clase de hombre de ningún modo puede considerarse una víctima", ha dicho.

Machismo, continuidad y repetición

 

 

  • MIGUEL LORENTE ACOSTA *

La afirmación del machismo pasa por la negación de la realidad que él mismo crea, ésa es la forma de hacerse invisible en una sociedad que lo señala en cada uno de sus actos. Desde el piropo como halago y el maltrato como un tema de pareja, hasta el homicidio por celos o alcohol, todo forma parte de lo que el machismo presenta como verdad para así mantener su mentira. Da igual que sean 70 las mujeres asesinadas cada año y 700.000 las maltratadas, al final, para el machismo cada uno de esos casos es un accidente o una excusa, y todos juntos ninguno.

El problema de la violencia de género no son esos 700.000 hombres que maltratan ni los 70 que matan, el problema de la violencia de género es el machismo que los alimenta a todos ellos y al resto de la sociedad. Un machismo que lleva a que el 3% de la población de la UE manifieste que la violencia de género está justificada en algunas ocasiones, y que un 1% afirme que lo está en todas las ocasiones (Eurobarómetro, 2010).

A partir de esas referencias creadas por la cultura, cada agresor desarrolla su estrategia de violencia de manera diferente, aunque todos persiguen lo mismo: controlar a las mujeres para que no se salgan del guión establecido, corregirlas cuando consideran que se han desviado de sus dictados, y castigarlas cuando la desviación alcanza cierta gravedad. La propia dinámica de la violencia muestra claramente que cada agresor reacciona ante el comportamiento y actitud de las mujeres, y frente a las circunstancias que envuelven los hechos.

Y cuando el machismo y los machistas ven que la sociedad está cambiando al incorporar y defender la Igualdad como derecho, al observar que las mujeres y el feminismo rompen con la injusticia de la desigualdad de la que nacen sus privilegios, y al comprobar que se incorporan con normalidad a los espacios y funciones que le habían sido negados, interpretan que esa nueva realidad es un ataque a sus posiciones y responden con su argumento habitual, que es la violencia.

Por eso no es casualidad que ante una norma como la Ley Integral, dirigida a abordar globalmente el problema de la violencia de género, el machismo responda e intente confundir con argumentos tramposos y falaces como el de las denuncias falsas (en verdad suponen el 0,01% según la Fiscalía General del Estado y el Consejo General del Poder Judicial), que todas las violencias son importantes, que las mujeres también maltratan, que es una ley dirigida contra los hombres, o que que en verdad lo que se busca es enriquecerse a través de esa violencia, como incluso llegan a escribir algunos columnistas con total impunidad. Nunca se han preocupado de las otras violencias, ni del maltrato que ejercen las mujeres, ni de las agresiones de los hombres por parte de otros hombres... nunca lo han hecho hasta que no se ha hablado de violencia de género, porque en realidad lo que les preocupa es perder un instrumento tan necesario para ellos a la hora de mantener el orden establecido, como es la violencia contra las mujeres. Tan necesario que, tal y como recoge la Macroencuesta de 2015, el 44% de las mujeres no denuncian por considerar que la violencia que sufren no es lo suficientemente grave, es decir, porque piensan que esa violencia es «normal» dentro de las relaciones de pareja. Y quien les dice que es normal no es el doble cromosoma X ni los estrógenos circulantes en sangre, sino la cultura machista que las paraliza

 

Esa reacción del machismo no es abstracta e impersonal, sino que es la reacción coordinada de cada uno de los machistas. Y si es fácil entender que hay una respuesta individual ante los cambios sociales que hablan de Igualdad, también debe serlo entender que cada uno de los agresores que ya está ejerciendo la violencia, reaccione de forma particular ante las circunstancias que envuelven su relación y el contexto social del momento. De ahí las diferentes influencias que actúan en la construcción de sus conductas criminales.

Los homicidios por violencia de género son la consecuencia de una historia de violencia que los maltratadores van desarrollando en el tiempo, unas veces de forma acelerada, otras más lenta. Se trata de un proceso en el que van integrando elementos que refuerzan su decisión y aquellos otros que de alguna manera la cuestionan, y la evolución final dependerá de la mayor presencia de elementos a favor del homicidio o de factores críticos con la idea de matar. Se trata, pues, de un proceso dinámico que va consolidándose conforme avanza, dificultando y limitando las posibilidades de incidir sobre él.

Cuando se produce un homicidio por violencia de género el impacto social de la noticia es muy diferente. Y la valoración que hace el agresor que está pensando en matar a su mujer no es en términos de solidaridad o compasión con la víctima y su familia, sino que lo hace identificándose con el hombre que acaba de hacer aquello que él ya está pensando realizar. Ésa es una de las razones que hacen que un homicidio previo en violencia de género pueda actuar como refuerzo en la idea que manejan estos agresores, algo que se refleja en la acumulación de casos alrededor del homicidio cometido con anterioridad. El estudio realizado en 2011 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género y la Universidad de Granada, demostró esa realidad al comprobar que al día siguiente de un homicidio se producía un aumento «no justificable por azar», lo cual sitúa la asociación en el conocimiento del caso anterior, puesto que se trata de sucesos aislados e inconexos.

Esta situación demuestra que son homicidios que nacen de la voluntad y de la decisión de matar del agresor, quien actúa por motivaciones internas y posicionándose ante los elementos del contexto. En ningún caso se puede interpretar esta influencia como un acto impulsivo e incontrolado surgido del simple conocimiento del homicidio previo, ni tampoco debe entenderse como un factor que incide en todos los homicidas. Se trata de un factor que influye «un poco en algunos casos», no en todos, pero como tal debe ser tenido en cuenta a la hora de valorar el riesgo y de adoptar medidas de protección. Y tampoco debe llevar a la errónea conclusión de que ante esta realidad no se debe informar, todo lo contrario. Lo que hay que hacer es informar, e informar mucho, pero mandando un mensaje crítico hacia los agresores (por ejemplo, en lugar de titular «una mujer muere a manos de...» hacerlo con «un hombre mata a...»), y a esos entornos posmachistas que buscan generar confusión y desviar la atención sobre el significado y la gravedad de la violencia de género.

Los machistas no son hombres extraños a la realidad social que ellos mismos crean a través del machismo. Son hombres muy integrados en ella, en su valores y en sus ideas, tanto que responden con la violencia que habitualmente utilizan ante lo que interpretan como ataques, partan estos de la sociedad a través de las iniciativas políticas o de las manifestaciones que los cuestionan y critican, o surjan de la conducta de las mujeres a quienes están pensando asesinar. Creer que los machistas contemplan la realidad como si miraran un paisaje o al mar es un error que se traduce en más riesgo para las mujeres que sufren la violencia.

Los machistas se refuerzan entre ellos a través de las palabras y las conductas, lo vemos a diario en la calle y en las redes sociales; y los machistas que están usando la violencia se refuerzan identificándose con la violencia que utilizan otros hombres violentos, de ahí que la violencia de género continúe y se repita.

* Manuel Lorente Acosta es director de la Unidad de Igualdad de la Universidad de Granada y ex Delegado del Gobierno para la Igualdad de Género.

Padres o asesinos

Los hombres que piensen en matar a sus mujeres tendrán que decidir si prefieren ser padres o asesinos, ya no pueden ser las dos cosas.

El Tribunal Supremo ha admitido que las sentencias por homicidio o intento de homicidio de la madre pueden contemplar la retirada de la patria potestad de forma directa, sin necesidad de iniciar un proceso civil en ese sentido. La decisión adoptada es justa, lo terrible es que se haya tomado tan tarde, a pesar de que el sentido común y los estudios demostraran las dramáticas consecuencias del homicidio de la madre sobre los hijos e hijas, y las consecuencias que conlleva el ejercicio de la patria potestad desde prisión, algo parecido a lo que hacen los mafiosos detenidos con sus secuaces.

Todo ello muestra el peso que la paternidad ha tenido en la organización de las relaciones familiares, y cómo la cultura androcéntrica ha situado la figura del padre muy por encima de la de la madre. De hecho, ha sido la idea del "buen padre de familia" la que ha utilizado el Derecho para reconocer la responsabilidad en el cuidado, y la patria potestad del padre era tan incuestionada que ni siquiera se perdía con el homicidio de la madre.

La valoración de la Sentencia del Tribunal Supremo no debe quedar en ese "por fin" que nace de la lógica y la razón, sino que también debe extenderse a ese otro "por qué no antes". El mismo retraso en la retirada de la patria potestad nos dice que aún hoy permanecen otras cuestiones mal resueltas dentro de la violencia de género, que permanecen camufladas por la cultura patriarcal y su normalidad. En ese sentido, llaman la atención los argumentos utilizados para justificar la decisión tomada por el Supremo, y su insistencia en el impacto que produce al menor presenciar el homicidio de la madre.

De nuevo la mirada se dirige al elemento cuantitativo, a esa agresión mortal observada de forma directa, y se olvida de las otras formas que tiene la violencia de género para producir un daño en los niños y niñas. No hace falta matar a la madre para destrozar la vida de los hijos e hijas; la violencia continuada, las agresiones repetidas, la amenaza constante, la frialdad afectiva que introduce el padre a través de la violencia, el terror de la proximidad de un nuevo ataque... Todo ello ocasiona un impacto en los menores que con los años puede llegar a ser tan grave como el que ocasiona el homicidio, y sin embargo, no se habla de ello ni se adoptan medidas que limiten la patria potestad del maltratador mientras no abandone la violencia.

Un maltratador siempre es un mal padre, y lo será tanto peor cuanto más grave sea la violencia que ejerza, pero en ningún caso será un buen padre. Si esperamos al homicidio de la madre para retirar o limitar la patria potestad del padre, igual que hemos llegado tarde en el tiempo, llegaremos tarde a la posibilidad de recuperación de los menores y al rechazo crítico de la violencia como forma de organizar las relaciones.

Los hombres deben elegir entre ser padres o maltratadores, depende de ellos.

(*) Miguel Lorente Acosta es forense, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada y ex delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

“Sr. Padre y Mr. Violento”

DR JEKYLL-MR HYDENos han enseñado vivir de perfil para que todo el mundo crea que miramos al frente, pero sobre todo para ocultar la otra cara que la identidad nos ha dado, no tanto como repuesto en caso de pérdida o rotura de la primera, sino como escondite de todo lo que debe permanecer oculto para que lo visible no sea cuestionado.

Así nos hemos acostumbrado a esa dualidad cómplice que en ocasiones actúa como razón y otras como justificación.

Es parte de una cultura que juega al despiste y a la intriga. Tenemos la cara oculta de la luna, también la cruz de la cara y la cara de la cruz en el azar, la otra orilla del rio o del mar, la cara B de los discos que tenían cara A, la otra vida con su más allá… La realidad se ha configurado con un lado aparentemente ajeno e inaccesible, pero al mismo tiempo capaz de condicionar los acontecimientos que suceden a este lado, por eso la Tierra también tiene una cara oculta como su satélite, pero no se sitúa en la geografía del planeta, sino en la cultura androcéntrica que llena su atmósfera.

Y cuanto más grande es la imagen pública y conocida en un determinado contexto, mayor ha de ser la cara oculta donde depositar todo lo que ha de esconderse, es lo que tiene el hecho de “ir de perfil”, que al otro lado siempre hay un espacio similar al visible. De ahí que los hombres, con una masculinidad expansiva y pública que recorre las calles de la sociedad a diario, tengan en el otro perfil una profundidad capaz de albergar las circunstancias y conductas más insospechadas.

Y muchos de esos hombres lo que guardan es una violencia que los llevan a comportarse como el personaje de “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson, pero en versión de andar por casa, en lo que sería una especie de “Sr. Padre y Mr. Violento”.

En España unos 700.000 hombres, según la Macroencuesta de 2015, maltratan a las mujeres con las que comparten una relación. Como consecuencia de esa violencia de género, alrededor de 900.000 niños y niñas viven expuestos a ella sufriendo importantes consecuencias sobre su salud y comportamiento, al normalizar la violencia como una forma de resolver conflictos. De entre esos menores, unos 600.000 sufren además violencia directa, puesto que el padre que entiende que la violencia es una forma adecuada de resolver los problemas, también la utiliza contra sus hijos e hijas. Y la convivencia con la violencia de género es tan terrible, que en la última década 44 niños y niñas han sido asesinados por esos padres violentos, y 60 mujeres son asesinadas cada año.

Y la inmensa mayoría de estos hombres asesinos son considerados por el vecindario y sus entornos como “muy buenas personas”, “muy cordiales”, “muy buenos padres”, “maridos estupendos”, “grandes amigos”, “vecinos muy atentos y considerados”, “muy trabajadores”… tal y como muestran las informaciones cuando tras un femicidio entrevistan a la gente que tenía alguna relación con los agresores.

Los maravillosos hombres, amigos, vecinos… pasan de repente a terribles criminales, cambian de ese Sr. Padre al Mr. Violento desconocido. Pero lo más grave es que esta reacción no es una anécdota, sino que forma parte de la estrategia de la misma cultura que con sus claroscuros entiende que la violencia de género puede ser normal. Cuando los hombres agresores y asesinos son presentados en sociedad como “buenos hombres”, se pone en marcha una de las trampas más eficaces y extendidas para ocultar la realidad, concretamente la que lleva a interpretar que “aquello que no se ve no existe”, confundiendo de manera interesada la invisibilidad con la inexistencia.

De ese modo, para el machismo la cara oculta de la violencia de género, lugar donde transcurre el 80% de ella, no es que no se vea, sino que no existe. Y si la violencia de género no existe, pero es denunciada, ¿cuál es la interpretación que da la cultura machista?… Muy fácil, pues que se trata de “denuncias falsas”. Así todo encaja.

Algo parecido ocurre con los asesinos: si son magníficos maridos, padres, vecinos, trabajadores… y acaban de matar a la mujer o a los hijos, ¿cuál es la interpretación?… Muy sencilla también, pues que “se les ha ido la cabeza” o “les ha venido una elevada ingesta de alcohol o drogas”. De nuevo todo encaja.

Bajo esas referencias todo se ajusta a la construcción de una sociedad perfecta en la que lo bueno y positivo transcurre por las aceras céntricas de la convivencia, y la malo y negativo se esconde en rincones, suburbios y ambientes oscuros donde las miradas no llegan. Esa es la trampa, no la negación de aquello que objetivamente es malo y negativo, sino la creación de una espacio para ocultarlo, de manera que su aparición no se entienda ni interprete como una consecuencia de las circunstancias perversas que la propia cultura ha creado y mantiene en la reserva para casos de necesidad, sino como un accidente, una anormalidad y una patología.

Para el machismo lo importante es que el sistema continúe, aunque caiga el individuo que lleva a cabo una conducta contraria a las referencias que definen la cara visible de la realidad, de ahí el repudio y los insultos aislados a cada uno de los que “caen”. Aunque al mismo tiempo se presente lo ocurrido como algo extraño por su significado (la locura o el alcohol) y extraordinario en su expresión, por su baja frecuencia.

Esa es la razón para que las justificaciones, la sorpresa, la incredulidad… cubran las portadas en los primeros momentos. Y por eso no tardan las reacciones desde los sectores machistas en busca de la confusión necesaria para que a nadie se le ocurra dar la vuelta a la realidad y observar esa cara oculta, donde esconden todas las estrategias de poder y violencia propias del status y la condición de los hombres.

Es lo que hace el posmachismo cuando tras el homicidio de una mujer por violencia de género salta a las redes sociales hablando de que “todas las violencias son importantes”, que “las mujeres también agreden y matan”, que “la mayoría de las denuncias son falsas y eso quita recursos para proteger a las que “de verdad” sufren la violencia”, al hablar del “suicidio de hombres, dando por hecho que se debe a que las mujeres los incitan a cometerlo”, ignorando todos los estudios científicos que hay sobre el tema… Y así ha sucedido tras el doble asesinato de las niñas por su padre en Moraña, lo cual demuestra que no es casualidad nada de lo que ocurre. Es cierto que no es accesible a primera vista, pero está muy claro en esa cara oculta de la sociedad creada por la cultura machista.

Ya no hay excusas, los hechos se repiten con dramática frecuencia para que se siga pensando que lo invisible no existe. La violencia de género existe y está muy cerca, ha sido ocultada en muchos hogares y relaciones bajo el argumento de la normalidad, hasta el punto de hacer que las propias mujeres que la sufren contribuyan a su ocultación, tal y como refleja la Macroencuesta de 2015 al recoger que el 44% de ellas no denuncia por que cree que la violencia sufrida no es lo suficientemente grave, o cuando el 21% afirma que no lo hace por “vergüenza”. ¿Quién le dice a las mujeres que es “normal” cierto grado de violencia?, ¿quién les hace sentir vergüenza por sufrir la violencia de sus parejas?… La cultura machista es la responsable, y por ello a pesar de llevar siglos bajo esta violencia, aún no somos capaces de sacarla a la luz en toda su magnitud ni de desenmascarar a los machistas que la propician y la ejercen.

Sólo la luz del conocimiento y la conciencia crítica puede disipar las sombras y abrir los rincones que aún utiliza el machismo para perpetuarse con su violencia y sus privilegios, por ello debemos cambiar de referencias y alcanzar la Igualdad real y funcional. Y para ello, en lugar de cuestionar los casos cuando ya se han producido, lo que debemos criticar son las causas y el contexto social que da lugar a ellos antes de que se produzcan.

¿A cuántas mujeres, niños y niñas más debe asesinar la violencia de género para que se entienda y se adopten las medidas acordes a la realidad que tenemos?, ¿cómo es posible que aún se siga pensando que “un maltratador puede ser un buen padre”?… Desde el posmachismo dicen que plantear estos temas es “criminalizar a los hombres”, pero quien en verdad criminaliza a los hombres es quien calla ante la desigualdad y su violencia, y quien defiende una masculinidad en la que agredir a la mujer, a los hijos e hijas y a otros hombres se presenta como una forma de “ser más hombre”.

Mientras no cambiemos las referencias de la cultura, el caso de “Sr. Padre y Mr. Violento”, a diferencia del escrito por Robert Louis Stevenson, no tiene nada de extraño.

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