Año 2017

Más amor auténtico y menos 'likes'

ANA DEL BARRIO

Ilustración: LUIS PAREJO

 

Obsesionados con las redes, cada vez nos ocupamos menos de la pareja

Matrimonios zombis: perfectos por fuera, muertos por dentro

Mis 50 noches Tinder

Parejas que se comunican por WhatsApp en lugar de decirse las cosas cara a cara; maridos que se enteran por las redes sociales de los planes para el fin de semana; hombres que le dicen a su nuevo ligue que se van a separar, aunque su Facebook esté repleto de fotos amorosas con su esposa; matrimonios zombis que combaten la rutina entrando en las aplicaciones de citas...

Las redes sociales están cambiando la manera en que nos relacionamos e influyen cada día más en los vínculos amorosos. El teléfono móvil está presente en los pequeños y grandes momentos de nuestra vida cotidiana y casi se ha convertido en un miembro más de la familia.

Gracias a esta nueva compañía, nuestra existencia se ha transformado en una vorágine de mensajes, memes, amigos virtuales y contactos, que cada vez nos demandan más y más atención. Esta coyuntura supone que tenemos menos tiempo para cuidar las relaciones auténticas, las que verdaderamente interesan.

"El primer error es confundir a la persona que nos da un like con alguien que nos importa. O pensar que los amigos de las redes son, en efecto, amigos. La hiperconexión es un gran regalo, pero también un peligro: nos roba incontables horas de vida si no sabemos poner límites y filtrar nuestras relaciones", relata Ferrán Ramon-Cortés en su libro 'Más amistades y menos likes'.

Sin tiempo para intimar

La situación queda perfectamente reflejada en una estampa que se repite con frecuencia en los restaurantes: un matrimonio y dos niños, cada uno con su aparato electrónico sin mediar una palabra en toda la comida. O a la hora de la cena en muchos domicilios: el momento donde antes se compartían las experiencias del día puede acabar convertido en un concierto de sintonías de móviles.

Después de recoger la mesa, la comunicación tampoco mejora en exceso. Cada uno se dedica a navegar por sus redes sociales y a reírse de los chistes en sus grupos de WhatsApp, con lo que los cónyuges acaban llevando vidas paralelas y descuidan esos ratos destinados a intimar y charlar frente a frente.

La obsesión por el móvil es tal que se llega al extremo de consultarlo nada más terminar las relaciones sexuales. "El cigarrillo y el abrazo después del sexo han sido rápidamente reemplazados por un vistazo a las redes sociales", declara al New York Times, Gillian McCallum, directora de un sitio de citas británico.

Como apunta la psicóloga Helena Calvo, en lugar de buscar el consejo y el apoyo de la persona que tenemos al lado, preferimos conectar con un millón de amigos imaginarios que nos aceptan por la imagen que proyectamos en Facebook o Instagram y no por cómo somos realmente.

Es cierto que las redes y las aplicaciones de mensajería facilitan mucho la comunicación y las relaciones a distancia, pero también son motivo de disputa. El 42% de las personas de 18 a 29 años confiesa que su pareja se distrajo con el móvil mientras estaban juntos, según una encuesta realizada en EEUU por el Pew Research Center en 2014. Y, como consecuencia, el 18% de ellas discute sobre la cantidad de tiempo que pasan pegados a Internet.

Pero, por paradójico que pueda parecer, estar más conectado que nunca, no significa tener una mejor conexión. Las redes sociales son útiles, pero no lo aguantan todo. De hecho, el uso y abuso del WhatsApp provoca malentendidos en los matrimonios. Por ejemplo, la esposa se encuentra en el trabajo, recibe 40 mensajes, entre ellos, un encargo de su marido y, al final, contesta rápido y de mala gana y motiva sin querer el enfado de éste.

En muchas ocasiones, es mejor coger el teléfono para resolver los conflictos cotidianos. Como sostiene Ferran Ramon-Cortés, las redes no pueden soportar el peso de una relación, lo que vale tanto para las amistades como para los romances.

"En una conversación cuentas con el tono de voz y los gestos para interpretar la situación. Con los mensajes se pierde la profundidad y complejidad de las relaciones e incluso el lenguaje. Hay adultos que escriben como adolescentes y sólo se expresan a través de emoticonos omitiendo las palabras, más ricas y fluidas", explica la psicóloga y sexóloga Marian Ponte.

El postureo de la felicidad

Instagram y Facebook también nos han traído otro pecado capital: el postureo. Hay muchos enamorados obsesionados por mostrar al resto del mundo cada minuto de su felicidad: besos en paisajes de ensueño, cumpleaños con globos de helio en forma de corazón o desayunos glamurosos donde no falta la tostada de aguacate, el yogur con semilla de chía y las brochetas de frutas.

Está claro que la ternura vende, pero esta obsesión por compartirlo todo supone que la privacidad acaba relegada a un segundo plano. Las redes terminan así convertidas en una realidad paralela donde los usuarios suben su autoestima a base de me gustas pero luego no se enfrentan a las contrariedades de la vida.

De hecho, un estudio británico concluyó que las parejas que más fotos cuelgan en Facebook no son las más felices, sino las más inseguras porque necesitan reafirmarse continuamente. En realidad, cuando uno se encuentra satisfecho, disfruta del momento y no está pendiente de hacer fotos ni se acuerda de actualizar su estado de WhatsApp.

Este exhibicionismo también crea fricciones en los dúos porque siempre hay uno que es más reservado que el otro. Las redes pueden causar sorpresas desagradables si alguno cuelga una foto de una cena que para el otro era considerada secreta o si se entera de un evento familiar importante a través de ellas. Para evitar estos conflictos es aconsejable hablar sin tapujos y negociar de antemano unas normas sobre lo que se debe o no compartir.

Internet es además utilizada como válvula de escape por muchas parejas que huyen de la rutina y que han encontrado en las webs de citas su método de evasión. Matrimonios que tienen problemas y en lugar de resolverlos, los van acumulando, o aquellos que llevan mucho tiempo juntos y para combatir la monotonía recurren a Tinder, Pure, Meetic o Ashley Madison. "Es algo cada vez más frecuente. La infidelidad se ha acabado banalizando", afirma la psicóloga Helena Calvo.

Si antes había que currárselo con el cortejo y la búsqueda de encuentros fortuitos para conquistar al amante, ahora cualquiera puede ser infiel a golpe de clic: "En estas aplicaciones no se da valor a las personas en concreto. Es como un mercado de carne: accesible, rápido e inmediato. No supone un esfuerzo y ni siquiera requiere de los mecanismos para ligar. Por tanto, se está perdiendo ese trato necesario entre el hombre y la mujer. Prima la sexualidad y se olvida el romanticismo", argumenta la sexóloga Ponte.

De esta forma, el cuerpo se ha convertido en un objeto más de consumo, lo que está causando estragos en las relaciones: usuarios que contactan con varias personas a la vez y solapan noviazgos, engaños en los perfiles, decepciones posteriores... "Es tan fácil conocer a alguien que te conformas con menos. Todo esto pone de manifiesto la crisis de valores que estamos viviendo", concluye Calvo.

Estas aplicaciones también tienen su lado positivo si se hace un buen uso de ellas y algunos psicólogos animan a usarlas a aquellos pacientes que se han quedado viudos o que acaban de pasar por un divorcio.

Rupturas en tiempos de Facebook

Porque las redes sociales también han cambiado la manera de afrontar las rupturas. Es mucho más difícil superar un divorcio si uno está viendo constantemente fotos de su ex de fiesta en fiesta o si cuenta en su muro con todo un rosario de imágenes para recordarle.

"Ojos que no ven, Facebook que te lo cuenta", narra Mariela Michelena en su libro Me cuesta tanto olvidarte.

Muchos sucumben a la tentación de espiar al ex porque su vida está al alcance de todos. En ocasiones, esta vigilancia deriva en obsesión y se transforma en una relación tóxica. Aunque se intente frenar el acoso y se bloquee al ex, es frecuente que utilice el perfil de un amigo o cuentas falsas. Internet amplifica además las ansias de venganza que se plasman con el envío masivo de material íntimo para hacer daño al otro.

En estos casos, lo más recomendable es borrar como amigo al antiguo novio, dejar de seguirle y cambiar las contraseñas. De hecho, ya hay aplicaciones como KillSwitch dedicadas a eliminar el rastro de los ex en Facebook.

Por tanto, recuerde: su pareja es más importante que cualquier desconocido con el que se cruce en las redes sociales. Dedíquele tiempo y energía porque las relaciones que no se cuidan acaban muriendo.

Sapiosexuales: cuando el cerebro es lo que más te pone

REBECA YANKE

SEAN MACKAOUI

 

Hay personas a las que la inteligencia les resulta más erótica que el físico. Son propensas a un tipo de enamoramiento amistoso que es más efectivo a largo plazo que el pasional

«¡Hay que follarse a las mentes!», bramaba el personaje de Eusebio Poncela, Dante, en el filme Martin Hache. Con su alegato, pretendía hacerle entender a un jovencísimo Juan Diego Botto, Hache, que lo mismo le podían atraer «unas tetas que una polla» siempre y cuando tras «cuerpo y cara» encontrase «una mente que merezca la pena conocer». La película se estrenó en 1997 y a esa escena tiene asociada la sexóloga Martina González Veiga el nacimiento en nuestro país del concepto sapiosexualidad, la atracción sexual a través del intelecto o la inteligencia.

Según Iván Rotella, miembro de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS) , «el término surge en internet y rápidamente se popularizó su uso porque se ajusta perfectamente a una nueva identificación de las relaciones eróticas con algo más poderoso que el mero atractivo físico». Sapio, en latín, significa saber. Pero la sapiosexualidad no es una orientación sexual -la web de contactos OkCupid la ofrece como tal para definirse- y mucho menos una parafilia.

«Que desees rodearte de personas inteligentes porque te resultan atractivas no es ninguna dificultad de tu erótica, al contrario, significa que valoras algo más que cuestiones superficiales», dice Rotella. Sin embargo, pese a que hace ya 20 años que el término es conocido socialmente, la academia no termina de abordarlo. «A nivel social el término se ha movido mucho y bien, pero a nivel académico tal vez no se considera tan importante estudiarlo», prosigue este sexólogo.

Para Marina Castro, también sexóloga, especialista en terapias de pareja, la clave está en diferenciar entre enamoramiento pasional y enamoramiento amistoso. «La sapiosexualidad se enmarcaría en el amistoso: voy conociendo a una persona, me enamoro de sus valores, o de su inteligencia, o de su manera de afrontar la vida... y éste funciona mejor a la larga que el pasional, que es el que nos sacan en las películas, con sudoraciones y taquicardias», explica.

Sería un error, sin embargo, considerar que el sapiosexual se siente atraído sexualmente sólo por personas con coeficientes intelectuales estratosféricos, tres licenciaturas, dos masters y un doctorado en Humanidades. Se asemeja más a quedarse embobado escuchando, observando, admirando, a una persona locuaz, con agilidad mental, rápida, ingeniosa, divertida... inteligente.

Así lo detalla Pedro Villegas, sexólogo de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FEES): «A lo mejor esa persona no está diciendo nada.. Pero habla bien, y resulta seductora». Más sencillo todavía: si entre dos personas el diálogo es fluido y de alguna manera se encuentran al mismo nivel, existe la posibilidad de una relación sexual, tal vez también amorosa y duradera, más que satisfactoria. Lo explicaba perfectamente el cineasta John Waters: «Si vas a casa de alguien y no tiene un solo libro, no te acuestes con esa persona».

Con todo, a Villegas le preocupa la tendencia, «habitual en redes sociales y con poca credibilidad científica» de generar etiquetas. González Veiga, por contra, ve en la etiqueta una posibilidad: «Me pregunto si en la era del Tinder y el Grindr necesitamos crear etiquetas como la de sapiosexual, que nos confirme que no somos sólo una imagen y un cuerpo consumible. Puede que esta etiqueta nos recuerde que la inteligencia, la personalidad y la conversación atraen». Y la inteligencia -esto lo dijo un listo, Albert Einstein- no se sostiene sólo sobre el conocimiento sino que es, básicamente, imaginación.

Familias reconstituidas: romper como pareja no debería llevar a romper como padres

Por Alicia Garrido, profesora de Psicología Social Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

MADRIDActualizado:

 

Una familia reconstituida es la formada por una pareja en la que al menos uno de los miembros aporta hijos o hijas de una relación anterior. En realidad, este tipo de familias ha existido siempre, aunque nunca como ahora habían supuesto una ruptura con las reglas de funcionamiento de la familia tradicional. Las familias reconstituidas tenían su origen en el nuevo emparejamiento de personas viudas o de madres solteras, por lo que se inscribían en una lógica de reemplazo del cónyuge que había fallecido o que estaba ausente. El padrastro o la madrastra no sólo sustituían al antiguo progenitor en la relación conyugal, sino también en sus funciones parentales, de tal modo que la nueva familia suponía una continuidad con la familia nuclear tradicional.

 

Actualmente, el aumento de las rupturas de parejas abre una nueva vía para la reconstitución familiar, que ahora es protagonizada sobre todo, por quienes tienen una nueva pareja después de una ruptura. Las parejas de los progenitores ya no sustituyen a un padre o a una madre ausentes, sino que entran a formar parte de una estructura familiar en la que tanto la madre como el padre biológicos siguen estando presentes. Esta especie de duplicación de las figuras materna y paterna, hace que la familia tenga una estructura más compleja, más parecida a una red o a una constelación familiar que al hogar nuclear tradicional. Ser conscientes de esta nueva estructura es una de las claves para que estas familias funcionen.

 

Desde el punto de vista de los menores, la separación o el divorcio de sus padres no supone una sustitución de un hogar por otro, sino más bien, un desdoblamiento de los hogares entre los que a partir de ahora deben repartir su tiempo. Que ambos hogares mantengan una comunicación adecuada es uno de los requisitos para que haya una buena adaptación tanto al divorcio como a la reconstitución familiar. Tanto los progenitores como sus nuevas parejas deben hacer un esfuerzo por entender las implicaciones de esta nueva estructura familiar, en la que romper como pareja no debería llevar a romper como padres.

El alud de los 'necesitadores compulsivos'

REBECA YANKE  Ilustraciones: ULISES CULEBRO

Son los eternos insatisfechos, los que no tienen apetencias sino necesidades, siempre y en gran cantidad

Empiezan a llenar los despachos de los terapeutas porque "su entorno más próximo les para los pies de forma abrupta y radical"

Haga la prueba -quizá ya lo haya hecho- y escriba en el buscador de su navegador lo que (cree) que necesita y descubrirá lo que dicen necesitar los demás. El desglose de sugerencias de búsqueda comienza con "necesito dinero" y continúa con "necesito ayuda, necesito trabajo, necesito decirte, necesito un amor, necesito vacaciones, necesito más de ti". Seguramente no le abrume demasiado esta enumeración porque está acostumbrado a escuchar cosas parecidas, o incluso a decirlas usted mismo en algún momento de su vida. Responden a un patrón de necesitador compulsivo del que comienza a advertir la psicología: "Personas permanentemente insatisfechas que viven conjugando de manera incesante el verbo necesitar".

Así los describe la psicóloga Verónica Rodríguez Orellana, directora y terapeuta del centro Coaching Club y quien afirma que, a sus "encuentros individuales y grupales llegan personas a las que el entorno más próximo ha parado los pies de forma abrupta y radical". Comienzan entonces a "sentirse rechazados, recriminados por sus exigencias, que perciben como naturales y pertinentes" pero, ¿realmente lo son?

 

José Carrión, psicólogo del gabinete madrileño Cinteco y especialista tanto en adolescentes como en las consecuencias que el auge tecnológico tiene en nuestras vidas, se acuerda de Albert Ellis, un pope de la psicología cognitiva, cuando recibe la pregunta: "¿Qué necesitamos? Muy poco. Los pensamientos de necesidad pueden llegar a hacernos sentir peor o tener sentimientos desproporcionados. Ellis afirmaba que, dejando de lado el malestar o la desgracia, lo que necesitamos es agua y pan y cierta necesidad afectiva. El resto, nos lo vamos creando. Pero, actualmente, la compulsión de la necesidad responde a criterios de privilegio social: yo también quiero un iPhone, yo también quiero irme de crucero, yo también, yo, yo...".

Este relato que parte del yo y su necesidad "empleado profusamente, a modo de mantra o de desiderátum, genera en amigos, compañeros o parejas una exigencia en ocasiones rayan en el incordio y en el fastidio", amplía Orellana, que describe a estos necesitadores compulsivos como individuos que "plantean una amplia gama de improrrogables requerimientos que van desde lo intangible hasta lo material: afectos, consejos, aparatos electrónicos último modelo... Notan que siempre hay algo que les falta y son exigentes y apremiantes a la hora de solicitarlo porque piensan que los demás tienen poco menos que la obligación perentoria de complacerlo".

Como solución, Carrión propone "aprender a lidiar con la frustración, dejar de atribuir a personas o cosas el poder del bienestar y cambiar, por lo pronto, nuestro lenguaje y decir me gustaría o quisiera en lugar de necesito". De hecho, Orellana en sus terapias propone el siguiente ejercicio: "Intentar sustituir el verbo necesitar por el verbo querer para darse cuenta de cuáles son, realmente, las verdaderas necesidades".

Que éstas llevan décadas desdibujándose lo advertía en 2007 el sociólogo Zygmunt Bauman, fallecido en 2016, en su ensayo Vida de consumo, donde señalaba que "debemos enfocar nuestra atención en eso que queremos, deseamos y anhelamos y en cómo la esencia de nuestras ganas, nuestros deseos y aspiraciones van cambiando como consecuencia del pasaje hacia el consumismo". Diferenciaba así entre el consumo, "rasgo y ocupación del individuo", y el consumismo, "atributo de la sociedad". "Para que una sociedad sea merecedora de ese atributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada de los individuos", sentenciaba.

Porque, aunque en la actualidad la expresión de la necesidad parezca tomar forma de deseo -incluso de deseo loco-, los conceptos son diametralmente opuestos. Dice Orellana que la necesidad tiene que ver con el instinto de conservación -beber, comer, dormir, respirar-, tiene un objeto específico de satisfacción y es esencial para vivir", mientras que "el deseo no tiene objeto específico y no satisfacerlo no pone en riesgo nuestra capacidad para vivir". Es por eso que, para esta terapeuta, "el necesitador compulsivo es un manipulador encubierto porque siempre anhela y persigue que sea el otro el que cubra sus necesidades minimizando el propio esfuerzo, que muchas veces se reduce a enunciar sus peticiones".

Otro intelectual del ahora, el escritor italiano Fabrizio Andreella, enmarca la tendencia en la "ocupación del ocio" que ejerce el individuo de hoy, que "ocupa constantemente su tiempo en algo que, a menudo, le obliga a consumir". "Desconoce el verdadero ocio, que en su más alta forma libera de cualquier ocupación física y mental. Ese verdadero ocio es muy peligroso para un sistema económico basado en el consumo", sostiene.

Esta experiencia vital de entretenimiento reflexivo, eso sí, obliga "a enfrentarse a las emociones, cruzarlas para liberarse de ellas, mientras que consumirlas significa quedarse dentro de ellas y consumirse a uno mismo", continúa Andreella. Convertida la necesidad en un acto consumista, "consumir se convierte en la postura frente al mundo que la sociedad de consumo ha elevado a actitud general", reflexiona este escritor para quien, en la actualidad, no se puede entender cómo consumimos sin atender a lo que aparentamos necesitar.

El colapso de la edad adulta

"No es que la necesidad de consumir sea en sí una maldición o una condena, es una natural condición humana. El problema es que, hoy, se ha convertido en la forma mental con la cual juzgamos, deseamos y experimentamos también nuestra vida interior y de relaciones. Cuando una elección personal se transforma poco a poco en necesidad o dependencia, o cuando una libre expresión se torna espejo narcisista donde admirar nuestra rabia finalmente tomada en cuenta (y a lo mejor halagada por muchos likes) ya no estamos afirmando nuestra presencia sino nuestro sometimiento", considera.

En este proceso hacia el individuo como actor del consumismo, "el adolescente se convierte en el target ideal" y el adulto en una mala versión del anterior. Tanto Andreella como Carrión señalan la adultescencia como engranaje fundamental de esta vida nueva en la que resulta difícil tener claro qué se desea, qué se necesita y, al cabo, quiénes somos. "Es la adultescencia, es creer que todo se soluciona pasando de pantalla. ¿Qué necesitamos realmente? ¿Qué convencionalismo vamos a decidir seguir? ¿Cómo de libres somos? Estamos atados a miedos, a zonas de seguridad, a zonas de confort pero, sin duda, lo más complicado es solucionar la necesidad afectiva, que es como el comer y el beber", reflexiona Carrión.

Este "colapso de la edad adulta en la juventud anhelada", apunta Andreella, "es una condición psíquica perfecta para el consumo, que quiere clientelas que adolezcan de algo, que padezcan de un crecimiento interior inacabado y que busquen su identidad en los símbolos que el mercado ofrece en forma de productos. ¿Qué otro consumidor es mejor que el adolescente de cualquier edad que, frágil y hambriento, está a la búsqueda de algo que llene su vacío existencia?".

En la misma línea, Orellana sugiere que cuando un necesitador compulsivo dice que "necesita ganar más dinero, unas vacaciones, acudir a un partido de fútbol...." bastaría con que dijera "quiero ganar más dinero, quiero unas vacaciones, quiero ir a un partido" para "dotar de realidad al enunciado y que el contenido sea más proactivo, más adulto, menos pueril y menos exigente". Por si fuera poco, la necesidad compulsiva no sólo atiende a lo material, también a lo sentimental.

"El componente de la necesidad que se da dentro del vínculo afectivo normalmente está viciado. El individuo que, en este ámbito, pronuncia las palabras 'te necesito' suele añadir un dramatismo contraproducente a la relación y acostumbra a ser muy absorbente en la misma", sentencia Orellana. Carrión amplía y se lanza: "Hay que mirar más allá del amor romántico, hay que reorientar los afectos y buscar una mayor libertad".

El reto de pedir

Para este psicólogo, "la historia de la humanidad se estructura sobre la necesidad y el pedir" y considera que "el ser humano es adaptativo y, por tanto, puede conseguir vivirlo todo con naturalidad". Sin embargo, a la hora de pedir, los individuos manifiestan sonoras dificultades. Según Orellana, "a lo largo de la vida todos los seres humanos realizamos estas dos acciones: pedir y dar. Mientras que en los necesitadores se produce un desequilibrio entre lo que solicitan y lo que están dispuestos a ofrecer, hay otras personas que encuentran una gran dificultad a la hora de pedir, esencialmente por dos motivos: el pudor del retraído, del que no quiere molestar, y la soberbia del autosuficiente, que piensa que no necesita de los demás".

Si necesitar tiene sus matices, lo mismo pedir. Explicaba su travesía hacia hacerlo sin pudor la cantante Amanda Palmer en su libro El arte de pedir (editorial Turner) en 2015. Aseguraba esta mujer que puso en marcha -como tantos ahora- una campaña de crowfunding para sacar su trabajo adelante que "pedir es un componente básico de toda relación" y también que "a todos nos cuesta hacerlo, por miedo a ser vulnerable, por miedo al rechazo o por reconocer un presunto fracaso".

En entrevista con EL MUNDO, Palmer es vehemente cuando afirma que "las personas que nunca necesitan pedir algo de alguien no existen" y que "pedir, y aprender a recibir con todo el corazón, es lo que nos convierte en familia humana; en comunidad". "Una vez aprendemos a pedir somos más felices, pedir te conecta con el entorno, no solemos pensar en ello así pero incluso el hecho de comenzar una amistad, decirle a alguien de tener una cita en un bar o que acuda contigo a un concierto... pedir es todo, complicidad, conexión y comunidad".

Advertía en su libro esta cantante -que durante años trabajó como estatua viviente, vestida de novia, ofreciendo flores a cambio de dinero- que "pedir ayuda con vergüenza" es como decir "eres más poderoso que yo, que "pedir con condescendencia" implica afirmar "soy más poderoso que tú" y que, sin embargo, "pedir ayuda con gratitud" afirma: "Tenemos el poder de ayudarnos entre nosotros".

“Hay apegos sanos o insanos”

El psiquiatra Diego Figuera cree que lo que somos está marcado por la forma en que nos criaron en la infancia

Diego Figueras, en Madrid.
Diego Figueras, en Madrid. EL PAÍS

El psiquiatra Diego Figuera sale del Hospital de Día de Ponzano (Madrid) rodeado de pacientes y familias. Hay besos, abrazos, se respira camaradería. Hoy es la primera sesión interfamiliar después del verano. Se trata de unos encuentros que Figuera pergeñó para que sus enfermos pudieran aprender del comportamiento de los otros. Y aprenden. Descargan angustia. Se sienten menos solos. Aun siendo siempre discutida por sectores más ortodoxos de la psiquiatría esta manera comunitaria y afectiva de entender la profesión a Diego Figuera le funciona. El año pasado el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de la Ciudad en reconocimiento a una labor en la que vuelca el conocimiento científico que le inculcó su padre (el primer cirujano que realizó un trasplante de corazón en España) y una actitud creativa que aprendió de su madre, pintora. Figuera entiende que mucho de lo que somos está marcado por la manera en que fuimos criados, por el apego, ese término usado no siempre de la manera más sensata, pero que él nos explica con la pasión y la claridad de quien disfruta a diario de su profesión.

-Apego es un término que definió el psicoanalista y psiquiatra John Bowlby, que analizó las carencias de los niños huérfanos de la II Guerra Mundial. Se dio cuenta Bowlby de que necesitamos a unas figuras que nos cuiden, fundamentalmente, para tener seguridad. Cuando somos muy pequeños, seguridad física, algo que nos viene de la evolución de las especies, porque apego tienen también los animales. Nacemos inválidos, indefensos, ante los depredadores. Bowlby afirmó que nuestra necesidad de apego no es secundaria a la alimentación, como hasta el momento defendían los psicoanalistas. Si estamos inseguros en la crianza no aprendemos bien porque andamos siempre con las señales de peligro encendidas. La relación de cuidados físicos, emocionales y mentales va cambiando en las fases del desarrollo. Un apego seguro se suele considerar terminado en el año y medio. Por eso, hoy en día, se considera tan importante un permiso de maternidad y paternidad como mínimo de un año.

-El apego es una necesidad básica determinada por la especie. Necesitamos cariño, sostén y alimentación. En función de cómo sean esos cuidados salimos con resistencia a la adversidad o con vulnerabilidad, lo cual es un factor de riesgo muy importante en cuanto a la posibilidad de padecer enfermedades mentales a partir de la adolescencia.

-Hay apegos sanos o insanos. El apego seguro es el que nos hace resilientes. No significa que estemos todo el día pegados al niño. Al contrario, hay que promover su autonomía según las fases; en cada edad el niño necesita un tipo de relación afectiva, cognitiva y conductual distinta. Si nos pasamos de listos o de cortos nos vamos a apegos inseguros. Por ejemplo, la sobreprotección da un apego inseguro y con menos resistencia a la adversidad. Es el mal de la sociedad moderna.

-Los trastornos de personalidad están íntimamente relacionados con nuestra forma de vida. El estilo de crianza influye enormemente. Si a un niño se le cría en un apego seguro la probabilidad de tener enfermedades mentales es baja, en general.

-Un apego sano promueve la autonomía personal. En cada momento tenemos que estar separados un poco de nuestros hijos para que exploren, para que se relacionen con el mundo. El exceso de preocupación se relaciona con el trastorno límite de la personalidad. En crianzas muy sobreprotectoras los hijos hacen rupturas muy fuertes con los padres en la adolescencia, los castigan.

-Hoy en día ya no separamos lo biológico de lo psicológico, está interrelacionado de manera compleja. Lo biológico parece que a los psiquiatras nos daba tradicionalmente nuestra entidad como médicos, pero hoy en día creemos que el psiquiatra debe ser alguien más polifacético, tener más intereses, de la filosofía, de la psicología, de la etología, de la neurociencia.

-El otro apego que favorece el trastorno mental es el apego inseguro, evitativo, que es todo lo contrario, el de unos padres excesivamente despegados. Se ha dado mucho en las educaciones británicas. El niño se separa desde muy joven, y lo importante es la rectitud. Es un apego que se relaciona con figuras paternas muy potentes. Tiende más a dar vulnerabilidad a la psicosis, porque te enseñan a fiarte solo de ti mismo, a pensar que vives en un mundo hostil, persecutorio, que mostrar afectos es de blandos, y hay que ser individualista, hay que triunfar. Son trastornos más cercanos al narcisismo.

-Y lo más tóxico de todo es la ausencia de las relaciones de apego. Lo que llamamos el apego desorganizado. Malos tratos, abusos, violencia física, orfanatos duros. Esos chicos muestran patologías desde muy pequeños. Son niños muy psicopáticos, los que torturan al gato, que maltratan a otros niños. Si no hay apego, no hay empatía.

-Nunca recomiendo a un enfermo sólo la medicación. La medicación, esto es importante dejarlo claro, está basada en síntomas, no en el diagnóstico de una enfermedad. Tenemos medicinas para síntomas, pero no curan. Eso provoca una gran confusión. Lo más peligroso para un enfermo es dejar de tomar una medicación de golpe.

-La mayoría de nuestros pacientes vienen con su familia, padres, hermanos, todos en tropel. España es muy gregaria. En Estados Unidos, no, allí van solos. Aquí la lucha de los familiares es por afán de participar, porque la psiquiatría española les da muy poco espacio. Al principio, los pacientes quieren estar solos en consulta, a partir de ahí vamos negociando y tratamos de cambiar las ideas preconcebidas de lo que es peor o mejor. Les convences de que es más eficaz estudiar su problema en relación al entorno familiar.

-Cuando un paciente acepta estar en un grupo de terapia con más familias es porque quiere aprender. Tú vas viendo los cambios que experimentan. En la vida se aprende mucho a través del otro. Muchos asistentes no hablan, pero sabes que se están transformando. Luego te lo dicen: me sirve mucho aunque no me atreva a hablar. Y es que el cerebro aprende por imitación.

-Creemos que los enfermos mentales son potencialmente peligrosos porque son imprevisibles y nos hacen estar alerta. Pero estadísticamente sabemos que estos pacientes tienen un índice de delitos mucho menor que la población general. Los terroristas no están locos, no. De hecho, no se les suele aceptar en grupos sectarios de este tipo porque no se fían de ellos. Probablemente son inmaduros, inadaptados, pero no es locura.

-Nosotros luchamos para trabajar en comunidad y poner en segundo lugar la medicación. Lo hacemos unidos a los movimientos de desmedicalización de los propios pacientes, que reivindican que no están enfermos sino que tienen síntomas, porque en la vida lo importante es la funcionalidad: si funcionas, no eres un enfermo. Pero nos alerta el aumento enorme de la psiquiatría cosmética, promocionada por la industria, por la impaciencia, más por su efecto de droga de la felicidad. Queremos evitar insomnios, fobias, miedos, y vamos a lo fácil, pero esas dificultades se tratan mejor con terapia. La medicación es un gran mal de nuestro tiempo. Aceptamos una sociedad medicalizada para alcanzar el máximo de nuestro rendimiento y acabamos siendo esclavos. Necesitamos drogas, siempre se han necesitado, pero ahora tratamos de borrar cualquier contratiempo.

-Lo que pretende nuestro equipo es ser flexible y creativo: hacemos una amalgama de tratamientos, mezclando aspectos del psicoanálisis con terapias puntuales cognitivas; estudiamos las necesidades sociales o económicas o buscamos mini residencias cuando la vida en las casas es tóxica. Lo básico es la psiquiatría comunitaria, de barrio, en la cual impliquemos a la sociedad lo máximo posible. Queremos salir de los lugares psiquiátricos, preferimos los centros de salud mental primaria al hospital; desearíamos tener accesibilidad a bibliotecas, asociaciones de vecinos... para demostrar que nuestros pacientes están mejor de lo que parece. Instamos a familias y pacientes a ser dueños de su tratamiento y nosotros les hacemos sugerencias. En España estamos muy atrasados en la participación activa del usuario, porque el modelo de psiquiatra ha sido el de "usted cállese y yo le voy a decir lo que tiene que hacer". Ya no, nuestro trabajo es artesano, cada historia nos lleva a adaptarnos a la necesidad del paciente. Y no hemos tenido presiones de la administración, ¿por qué? Porque venimos demostrando que somos eficaces. Yo tengo la obligación de cumplir unos objetivos de gestión clínica y quien nos supervisa ve que por paciente y año hemos disminuido a un ochenta por ciento los ingresos, disminuido el consumo de fármacos otro ochenta por ciento, las bajas laborales son mínimas, ve que no ha habido agresiones, que no hay recaídas. Al final sale más barato y es más eficiente.

-La psicosis siempre se ha mantenido como la enfermedad mental por excelencia, anda siempre entre el 1 al 2 por ciento. Pero han ido aumentando los trastornos de la personalidad y hoy en día ocupan un rango entre el 4 y el 5 por ciento. Pienso que tiene que ver con que criamos a nuestros hijos de manera insegura, con mucha más permisividad hacia consumos de tóxicos y en situaciones muy caóticas que son poco eficientes para que los chicos sean autónomos. Hay un cambio muy brusco de la sobreprotección a pedirle de pronto a un hijo que sea un tío genial, porque "es lo que me debes teniendo en cuenta lo que he hecho por ti". Y ahí los jóvenes se rompen.

-Yo suelo dibujar un vaso a mis familias para explicar los factores que influyen en la enfermedad mental: en la base está lo biológico, ese tanto por ciento que nos deja una herencia genética; después, la crianza, hay crianzas seguras que disminuyen la probabilidad de una herencia biológica y son un favor de resistencia a la adversidad; luego, la adolescencia, cuando se fragua la personalidad; más arriba, el consumo de tóxicos, que cambia la bioquímica cerebral y la manera en que nos relacionamos con el mundo; por encima, los aspectos sociales, la pobreza, por ejemplo, que es un factor de riesgo para la psicosis, y luego, el trauma. La capacidad para superar un trauma está muy relacionada con el apego que hemos tenido. Si pierdes a tu padre pero tienes unas relaciones seguras que te permiten disolver el trauma, lo vivirás mejor. Por último, está cómo manejamos el estrés cotidiano. Un chico o una chica a los que les fallen varios de estos factores, que están interrelacionados, con un fracaso amoroso se vienen abajo.

-Los países pobres tienen menos incidencia de enfermedad mental y la viven de una manera más adaptativa, sin embargo, los pobres o los inmigrantes de un país desarrollado están sometidos a unas exigencias cotidianas muy fuertes que los hacen sin duda más vulnerables. En la enfermedad mental todo cuenta.

La conversación se hace corta porque, inevitablemente, escuchando al doctor Figuera uno cree vislumbrar muchas claves de la relación que mantuvimos con nuestros padres o de la que hoy tenemos con nuestros hijos.

¿Por qué no me concentro en lo que hago?

Invierta en una agenda. Si apunta sus quehaceres, ya no estarán saltando como una alarma en su cabeza. EL MUNDO

Olvida por completo una reunión y, al apagar el ordenador, se da cuenta de que se le fue el santo al cielo y no respondió a ese correo

En su mano está poner freno a la dispersión

  • CRISTINA GALAFATE

"¿Qué iba a hacer yo ahora?". Seguro que alguna vez al cabo del día se hace esta pregunta. Porque había cogido el móvil para escribir un WhatsApp y ya no recuerda a quién. Porque le interrumpió una llamada. Porque pospuso esa obligación para atender a los niños. En definitiva, porque hace siete cosas a la vez, a veces, hasta en tres soportes diferentes. "Las nuevas tecnologías, que han contribuido a mejorar nuestra vida en muchos aspectos, también han favorecido el hecho de que seamos incapaces de centrarnos en una sola actividad", explica la psicóloga Silvia Álava Sordo. No es que ahora nos concentremos peor que antes, reflexiona la profesional, sino que ha variado la cantidad de estímulos externos: "El estar atendiendo a varias tareas con interrupciones constantes".

El teléfono móvil es uno de los ejemplos más claros. Aunque tomemos la precaución de silenciarlo, la vibración o la iluminación de la pantalla van a funcionar como elementos distractores e, irremediablemente, giraremos el cuello para interrumpir lo que estábamos haciendo. "Una parte de nuestro cerebro va a permanecer atento. Y eso provoca que la labor principal se vea afectada o que cometamos errores. En determinados momentos puntuales, deberíamos plantearnos apagar todas las pantallas".

Atención limitada

El problema no está, por tanto, en una falta de concentración, sino en el entorno en el que nos estamos intentando concentrar, reflexionan los doctores Antonio Rodrigo Parra y Rafael Rodríguez Ibáñez, miembros de Top Doctors. "La presencia de distractores disminuyen el rendimiento en la ejecución de las tareas". La psicóloga de Álava Reyes añade: "La llamada memoria de trabajo, que interviene en el almacenamiento y manipulación de la información, se está sobrecargando. Retiene una media de siete ítems, esto es, entre cinco y nueve cosas y, si añadimos una más, se nos olvida".

No siempre podemos controlarlo todo -piense en esos momentos de jolgorio en la oficina, cuando su jefe le pide un extra no previsto o le surge una gestión que deriva en horas- pero debemos poner el foco en lo que sí está en nuestra mano, alerta la psicóloga: "Hay que priorizar labores, anteponiendo lo importante a lo urgente a la hora de apagar fuegos. Somos responsables de organizar nuestro trabajo y administrar nuestro tiempo. Si planificamos, adelantaremos más". ¿Puede esperar esa llamada? ¿Y ese correo electrónico no respondido? "Es posible hacer varias tareas a la vez siempre que sean sencillas y automatizadas, que no requieran especial relevancia. La cuestión es que estamos dando prioridad a la gente que no está, en detrimento de la que tenemos delante. La vida real pasa a un segundo plano porque no queremos perdernos esas conversaciones virtuales".

En los restaurantes, cada vez más comensales están pendientes de su teléfono en lugar de en su compañero de mesa. "A no ser que espere una llamada porque mi hijo está enfermo, el teléfono debería quedar en un segundo plano, guardado en el bolso o en el bolsillo, más de una vez".

Mayor rendimiento

El mindfulness -centrarse en el aquí y el ahora-, o la práctica de yoga se están popularizando para evadir el recordatorio mental constante del "tengo que", una alarma que activa el sistema nervioso autónomo ocasionándonos un alto grado de ansiedad. "No podemos hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes. La vida comienza y termina con la respiración, que alivia el estrés y purifica nuestro cuerpo, por eso es recomendable dedicar unos minutos a encontrar el equilibrio a nivel físico y espiritual con unas asanas, que son ejercicios muy simples y podemos hacer de forma sencilla en casa", advierte Magali Maier, yogui y creadora del espacio Volver, que promueve el movimiento hygge ligado al bienestar.

La actriz Marta Nieto reconoce que la disciplina milenaria le ha ayudado mucho en este sentido: "A equilibrar y limitar el tiempo que dedico a la tecnología y a la manera en la que me relaciono con ella. La multitarea siempre está ahí pero concentrarme en una cosa cada vez, con predisposición a la calma y respirando es la manera que he encontrado para no agobiarme o hacer las cosas mal. Los ejercicios de concentración me hacen priorizar en orden de importancia mis tareas de manera sencilla y a poner límites en la invasión diaria que vivimos a través del móvil y del ordenador".

Álava Soto propone, además, extrapolar esta filosofía al trabajo. "Dedicar 10 minutos a la meditación está muy bien, pero la concentración hay que entrenarla durante todo el día, estableciendo horarios para cada cosa que hacemos y desconectando cuando ya hemos salido del entorno laboral".

Consejos para organizarse mejor

  1. 10 MINUTOS Antes de marcharse del trabajo cada jornada, dedique este tiempo a anotar las tareas pendientes para el día siguiente. "Si citamos nuestros 'problemas' para mañana, podremos estar cenando tranquilamente o salir con nuestros amigos sin el runrún de 'tengo que hacer esto y lo otro...'", aconseja la psicóloga Silvia Álava.
  2. E-MAIL No abra su bandeja de entrada continuamente. "El correo electrónico es uno de los grandes ladrones del tiempo. Hay que establecer un período límite al día para consultarlo, por ejemplo, dedicarle dos horas a contestar, y no a cada rato porque nos dispersa".
  3. MULTITAREA Primero una cosa, una vez termine, la siguiente y así sucesivamente. "El problema de realizar varias acciones a la vez es que podemos cometer errores", afirma Silvia Álava. Por su parte, la psicóloga Isabel Serrano Rosa anima a no tener tantas ventanas abiertas simultáneamente.
  4. SIN TECNOLOGÍA No usar los dispositivos en la zona de dormir, mientras se está comiendo o en compañía de otras personas ayudará a aprovechar mejor el tiempo de descanso, de relaciones personales y el reservado a la alimentación.
  5. ENTRENAR La atención, coinciden las psicólogas consultadas por ZEN, se entrena. "Un ejercicio divertido es coger un texto cogiendo una palabra sí y otra no hasta obtener una frase con sentido. También jugar a los pasatiempos como observa las diferencias".
  6. HÁBITOS SALUDABLES Cambiar los hábitos en el uso de la tecnología puede producir mucha ansiedad, "por eso a veces es mejor utilizar la respiración transformacional, que consiste en inhalar por la nariz en cuatro tiempos y exhalar por la nariz en ocho tiempos respirando en la zona del abdomen", aconseja Serrano Rosa. Meditar es observar sin juzgar, por eso puede observar su respiración o las partes del cuerpo. Cuando su mente se evada vuelva a su respiración. Hacer ejercicio o desarrollar las relaciones sociales presenciales también es conveniente, cuenta la psicóloga.
  7. PLANIFICAR Un aspecto importante es anticipar qué se va a hacer con anterioridad: "Es mejor no improvisar", admite Serrano Rosa. "Si son sus niños los que sufren el problema, lleve a restaurantes o visitas otros juguetes y libros. Si es un adulto, tener alternativas al móvil como libros o revistas para los tiempos de espera o diarios o cuadernos de notas donde recoger pensamientos o acontecimientos positivos", añade.
  8. COMPINCHE "Márquese el reto con un amigo de superar su propio record de tiempo sin tecnología fuera de los horarios establecidos", aconseja Serrano Rosa. Otro de sus trucos: "Si nota que va a consultar el móvil y no es el momento adecuado, dígase en voz baja "no" tres veces y haga tres suspiros profundos. Ahora es el momento de distraer su atención en otra conducta, si es posible, agradable".

Si te ha engañado una vez, lo volverá a hacer, según Harvard

  • Una vez lo pruebas, repites
Si te ha engañado una vez, lo volverá a hacer, según Harvard

 

Muchos consideran que la infidelidad se lleva en los genes, sin embargo, un estudio de las universidades de Harvard y Northwestern despeja la incógnita de por qué algunas personas tienden a tropezar sobre ‘esta piedra’ una y otra vez.

El hecho de que en relaciones pasadas hayas tenido sexo con personas que no fuesen tu pareja te convierte en infiel potencial en tus futuras relaciones. Los investigadores Maryam Kouchaki and Francesca Gino llegaron a la conclusión de que las personas que traicionaban olvidaban esos actos de manera arbitraria, mediante un fenómeno conocido como ‘amnesia ética’ para olvidar aquello que les perturba y evitar la angustia psicológica.

Una manera de relajar la conciencia moral para no sufrir y poder disfrutar de nuestros deseos. El subconsciente humano suprime deliberadamente esos recuerdos de comportamientos que consideramos inadecuados o nos incomodan. Y no solo eso, los científicos llegaron a la conclusión de que estas personas también empleaban un mecanismo de ‘doble distanciamiento’, por el cual juzgaban las transgresiones de los demás como peores que las suyas.

Por otro lado, otra investigación sugiere que algunos de estos artistas del engaño no son necesariamente malas personas, sino que estas ‘trampas’ desensibilizan el cerebro de las emociones negativas asociadas con la mentira. Los autores aseguran que la deshonestidad es inherente a nuestra realidad social y abarca desde las finanzas y la política hasta las relaciones personales. El trabajo revela que a medida que uno se sume en los caminos del engaño, siempre se acaba reincidiendo.

Las personas infieles suelen reincidir porque olvidan sus actos mediante la ‘amnesia ética’ para evitar la angustia psicológica”

“Lo que nuestro estudio y otros sugieren es que un factor poderoso que nos impide hacer trampa es nuestra reacción emocional ante ella y lo malos que nos sentimos esencialmente. Sin embargo, el proceso de adaptación reduce esta reacción, lo que nos permite engañar más. En el caso de los tramposos en serie, tal vez se sintieron mal inicialmente, pero han engañado tanto que se han adaptado a sus formas y no se sienten culpables”, asegura Neil Garrett, uno de los autores del trabajo.

Pero las malas noticias para los afectados no acaban ahí. El estudio también llegó a la conclusión de que las personas que han sido engañadas en el pasado tienen el doble de probabilidades de volver a serlo en el futuro. Además, ser víctima de una infidelidad puede tener consecuencias devastadoras. Según un trabajo de la universidad de Nevada, los engañados, no solo pueden experimentar depresión y ansiedad, sino que también tienen mayor riesgo de caer en comportamientos de riesgo, como tener relaciones sexuales sin protección, el consumo excesivo de alcohol y drogas o trastornos alimenticios.

Nuestra conciencia suele ser lo que nos impide caer en la mentira. Sin embargo, a nivel neurológico está relacionado con la amígdala. Los científicos observaron mediante escáneres cerebrales que la primera vez que los sujetos mentían, esta región se iluminaba. No obstante, cada vez que mentían más esta respuesta se iba debilitando.

De hecho, los psicópatas presentan cambios estructurales en el cerebro frente al resto de las personas, como una disfunción entre las conexiones de la amígdala con la corteza prefrontal ventromedial, que les impiden discernir entre ‘lo que está bien y lo que está mal’. Esto no quiere decir que los infieles sean psicópatas, pero estos trabajos podrían refutar la creencia popular de que ‘siempre hay una primera vez para todo’.

Cuanto más mentimos, más reducida es la respuesta de nuestra amígdala”

¿Duerme con un psicópata?

Inma Ruiz

 

gorka olmo

Se alimentan de nuestra autoestima, quieren destruir a todo el que se ponga a tiro. Son psicópatas emocionales, y lo recomendable es cortar la relación con ellos.

Domingo 09 de Julio de 2017

 

NO QUIERE comer tu hígado: se alimenta de tu autoestima, tu vitalidad y tu seguridad hasta que te destruye psicológicamente. Actúa sabiendo lo que hace, sin remordimientos: no los tiene porque es incapaz de sentir. Es un psicópata integrado y tú eres la presa. Hasta un 4% de la población tiene este perfil predador en distinto grado; la mayoría son hombres, según datos del Instituto de Ciencias Forenses y de la Seguridad.

Cuando uno se imagina a un perturbado así piensa en Hannibal Lecter, el cruel asesino de El silencio de los corderos. Pero no hace falta ver películas para encontrarse con un tipo de estas características: estamos rodeados de ellos. Los psicópatas no criminales tienen la misma sangre fría y el mismo objetivo que los que sí lo son: destruir a quien se ponga a tiro. Su modus operandi es buscar una presa, escrutarla, detectar sus debilidades y seducirla con un cebo difícil de esquivar. Te mimará como un padre si perdiste al tuyo de pequeña, te dirá lo sexy que eres si te acompleja su cuerpo, se mostrará divertido si crees que eres una persona aburrida… No hay mejor seductor, es irresistible, te colma de atenciones, tu WhatsApp es un hervidero de corazones, es tu mejor confidente, te entiende a la perfección, coincidís en todo… Sois almas gemelas.

Pero hay algo en tu cuerpo que te alerta, vagas sensaciones de inquietud; no puede ser tan ideal, sus palabras de amor a medida suenan falsas. De hecho, lo son: no las sienten, las aprenden. Intuyes que algo no encaja, pero no sabes qué. ¡Si es perfecto! Te entregas enseguida: en la cama es el no va más, tú eres lo que importa, te hace saltarte hasta tus propias normas. Otro cebo más, el sexo rompedor y sin tabúes. La relación va viento en popa, las dos mitades de la naranja encajan perfectamente… hasta que empieza a hacer un zumo contigo. De un día para otro desaparece sin más. Repasas tus últimas conversaciones y eran de telenovela. No entiendes nada. Le buscas, le llamas, mensajes sin respuesta, el vacío y el silencio como castigo. Pides explicaciones y recibes, en el mejor de los casos, respuestas frías y cortas; insistes. Te hace sentir que le acosas, que estás loca, que eres ridícula, te humilla, niega que haya un conflicto, huye del enfrentamiento. Ahora tú te sientes culpable: te preguntas si quizá has sido muy pesada (o pesado), si no debiste ir tan rápido. Entonces comienzan los trastornos para la víctima: pensamientos obsesivos, apego patológico, insomnio, problemas alimentarios, de concentración. El psicópata, además, suele actuar aislando a su presa de las relaciones familiares y de sus amistades de manera que, cuando la tiene dominada mentalmente, la víctima no sabe dónde agarrarse.

 

Un 4% de la población tiene un perfil predador en diferente grado; la inmensa mayoría de ellos son hombres

No busques más explicaciones: ya no le diviertes, ya te tiene atrapada sin resistencia y anda distraído seduciendo a otra presa. Probablemente la rondaba antes, pues son muy promiscuos e infieles. Y te lo hará saber: irá con ella a los sitios que frecuentaba contigo, será abiertamente cariñoso con ella en las redes sociales o te hará llegar noticias de su nueva conquista. Lo asumes, aceptas la derrota. Con la autoestima por los suelos entras cada día en sus redes sociales para saber de él, pero aún te queda dignidad para dar carpetazo. Es frecuente que este tipo de persona se dedique a destruir tu reputación, a mentir sobre ti, a contar a todos que estás loca… Pero después de unos días sin contacto tu móvil parpadea: “Te echo de menos” o “estoy escuchando nuestra canción…, sin ti no soy nada”. No te dejará escapar hasta que él quiera. ¿Qué hacer? Aquí los especialistas coinciden con el consejo tajante de una de las mayores expertas en predadores emocionales, la psicoanalista Marie-France Hirigoyen: “Huir, cortar completamente la relación, contacto cero”. Bloquea su número en el teléfono y no permitas ningún acercamiento. Te tienta pensar que él puede cambiar, sientes pena por él y crees que volverá a quererte: olvídalo, le resultas completamente indiferente, nunca te quiso, son incapaces de sentir. Para él eres un mero objeto. El retrato de los expertos es definitivo: este predador carece de empatía, de remordimientos, de sentimientos, le complace el resultado de su crueldad.

Clínicamente, los psicópatas no son enfermos, no se pueden curar: padecen un trastorno de la personalidad para el que no hay tratamiento. Tampoco ellos lo buscan: mientras tienen una víctima, no sufren. Cuando acaba el juego, el vacío que experimentan les devuelve a la cacería. Se creen seres superiores en inteligencia y consideran que los sentimientos son una debilidad. Nunca han sentido, pero estudian las pautas humanas y se las apropian: saben mostrarse tristes o enamorados, pero todo es puro teatro.

Aunque ahora lo pienses, no eres una persona débil: al contrario, estos individuos disfrutan seduciendo a gente inteligente y con fuerte personalidad que supongan un reto, que tengan las cualidades de las que ellos carecen para nutrirse de ellas. Necesitas un terapeuta que te ayude a descubrir por qué grieta emocional se ha ­colado. Te ha destruido, pero, a diferencia de él, tú sí tienes salida.

"Estás pasando una mala racha", y otras frases a evitar con personas deprimidas

El apoyo del entorno es básico, pero puede jugar malas pasadas a los enfermos

"Tú lo que tienes que hacer es...". Así empieza una de las típicas frases condescendientes que todos hemos escuchado alguna vez cuando nuestro estado de ánimo está por los suelos. Como si los amigos y familiares llevaran en su interior un psicólogo frustrado, que no puede evitar ejercer la profesión con todo aquel que tiene al lado: sal de copas, apúntate a clases de zumba, reserva un fin de semana en el mejor spa de la ciudad...

 

"Aunque están cargadas de buenas intenciones, las propuestas del entorno no bastan para la recuperación del afectado", apunta Frank García-Castrillón Armengou, doctor en Psicología Clínica y profesor en la Universidad Internacional de La Rioja. Una cosa es la realidad con la que convive la persona deprimida, y otra muy distinta es el comportamiento ideal que deberían mantener sus allegados. "Lo más importante es que el enfermo se sienta comprendido y apoyado, que perciba un ambiente relajado y estimulante", sostiene el escritor y psicólogo clínico, Miguel Silveira.

¿Y cómo se puede lograr? La psicóloga y coach Eva Hidalgo señala como prioritario que el círculo más cercano "se informe sobre los síntomas, el curso del trastorno y los posibles tratamientos a realizar. De este modo, será más empático con el enfermo." Y es que para la familia, añade la experta, "resulta muy duro hacer ver al afectado que lo que le está pasando va más allá de una mala época, y que el acompañamiento de un experto en el momento adecuado puede evitar una prolongación innecesaria de la depresión, y sobre todo, que el trastorno se vuelva crónico".

 

Palabras de ánimo que pueden doler

Ahora bien, en el marco de este ambiente bienintencionado, ¿existe alguna postura, idea o actitud que debamos descartar para no empeorar las cosas? Hidalgo señala algunas de las expresiones que más se utilizan y que, sin embargo, más valdría no hacerlo. Frases como "deberías ser más fuerte", "lo que te pasa es una tontería" o "tienes que animarte" no hacen sino frenar el proceso de recuperación, o incluso acentuar sus síntomas. Y es que "pueden cargar de culpabilidad a los afectados, ya que uno de los rasgos que definen un cuadro depresivo es la apatía, por lo que el enfermo no es que no quiera animarse, sino que no se ve capaz de hacerlo", aclara Hidalgo.

Más de 300 millones de personas en todo el mundo sufre una depresión, según la OMS. El 50% de los enfermos no recibe el tratamiento adecuado

Estas frases que todos hemos pronunciado en más de una ocasión "revelan una actitud frívola que minimiza los síntomas, les resta importancia o los tilda de ser 'solo una mala racha', lo cual impide que se llegue al tratamiento adecuado", añade Hidalgo. Si es usted quien la padece y no sabe cómo abordar el tema con su familia, la experta sugiere hacerlo llamando a las cosas por su nombre: "Creo que puedo estar sufriendo una depresión, y considero que debo tratarla como cualquier otra enfermedad".

El problema es que esta situación "ideal" en la que la persona deprimida tiene el firme propósito de ponerse en manos expertas, según la psicóloga, suele tardar demasiado. "Normalmente, cuando pedimos ayuda, la depresión ya ha afectado a la vida del enfermo", apunta Hidalgo. Y detalla: "Actualmente todavía se acude antes a los amigos y familiares que a un psicólogo, ya que en muchos casos se desconoce la existencia de los diferentes tratamientos, herramientas o acompañamientos que se pueden llevar a cabo". Algunos famosos como Eva Longoria, Bruce Springsteen, Lady Gaga o Selena Gomez han pasado por situaciones parecidas, y años más tarde lo han hecho público (puede verlo en el vídeo que se encuentra encima de estas líneas).

 

¿Cómo sé si debo pedir ayuda?

"Para diagnosticar el trastorno, se debe tener en cuenta el conjunto de síntomas que muestra una persona y las circunstancias que le rodean", sostiene Noemí Guillamón, profesora de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya. Por su parte, Miguel Silveira menciona la desgana, la desmotivación, el hundimiento emocional y la dificultad para disfrutar (anhedonia) como principales rasgos. "Es un estado de desgaste en el que se desemboca después de haber soportado varios contratiempos seguidos, o algún acontecimiento vital que haya provocado un importante estado de tensión emocional", sintetiza el psicólogo clínico. Y continúa: "La ansiedad, la tensión y el estrés soportados preceden siempre a la depresión, y luego la acompañan".

Reconocida la existencia del problema y su origen, el siguiente escalón es buscar una solución que pase por tratar ese trastorno del estado anímico. "Mientras no disminuya, no puede haber mejoría", advierte Silveira, y exhorta a los pacientes a que "se comporten como si estuviesen motivados, es decir, tratando de esforzarse en normalizar las actividades cotidianas para las que se sienten inapetentes".

Otra opción, destaca García-Castrillón, es la práctica de ejercicio físico como parte del plan de choque para hacer frente a los estados depresivos, ya que "al hacer deporte se reduce la actividad de la corteza prefrontal, de manera que disminuyen nuestras reflexiones sesudas, y los enfados pasan a un segundo plano". En este sentido, el experto recuerda que "durante una sesión de actividad física, el cerebro recibe más triptófano, un aminoácido esencial para la liberación de la serotonina, que promueve el estado de bienestar. Y concluye: "Todos solemos disfrutar de cierto grado de euforia después de practicar deporte, e interpretamos la vida desde un punto de vista más positivo".

 

¿Qué le sucede al cerebro cuando sufre una depresión severa?

Según el psiquiatra Timothy J. Legg, del UHS Binghampton General Hospital (EE UU), tres son las partes del cerebro primordialmente afectadas durante una depresión severa: el hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal.

El hipocampo (donde se almacena la memoria) de las personas que la sufren libera un exceso de cortisol, una hormona que, en dosis elevadas durante un tiempo prolongado, afectan al cerebro pudiendo retardar la producción de nuevas neuronas y contraer las existentes, lo que desemboca en problemas de memoria. Ese cortisol afecta también la corteza prefrontal, responsable de regular las emociones, tomar decisiones y formar recuerdos, que también parece encogerse. Por el contrario, en esa situación la amígdala, centro gestor de las respuestas emocionales como el placer y el miedo, se agranda y se vuelve más activa, lo que altera los patrones de actividad y de sueño.

Los efectos de la hipersexualización: niñas convertidas en ‘Lolitas’

Ropa, juguetes o series de TV inoculan de forma sutil el erotismo prematuro en el inocente mundo infantil

Polémico reportaje publicado en Vogue Francia en 2011.

Polémico reportaje publicado en Vogue Francia en 2011.

 

Ya por el año 2007 la Asociación de Psicología Americana (APA) publicó un documento en el que denunciaba la tendencia sexualizadora de nuestros niños en las sociedades modernas. En ese documento, se advertía una preocupación porque el fenómeno abarcaba desde ropa, juguetes, videojuegos y series de TV, inoculando de forma sibilina y sutil el erotismo prematuro en el inocente mundo infantil de las niñas. Este estudio reflejó que las niñas a partir de los cuatro años son bombardeadas con modelos de éxito social que triunfan gracias a sus atributos físicos, a las medidas que el mercado impone, pero no por sus cualidades personales y profesionales. Diez años más tarde y lejos de corregirse la tendencia, esta ha ido en aumento.

Es un fenómeno tan crónico, tan incorporado que a veces los adultos ni siquiera nos damos cuenta: sujetadores con o sin relleno para niñas de ocho años, tacones, tops y minifaldas, heroínas de series con cuerpos de cómic de Manara, lugares para la celebración de cumpleaños infantiles que proponen concursos de belleza y modelaje con pasarela incluida… Incluso se habla de una precocidad en la llegada de la adolescencia, una etapa desconocida hace pocas generaciones llamada preadolescencia que va encogiendo tristemente la infancia, reduciéndola cada vez más a escasos años.

Las razones que están en la base son como casi siempre de consumo: la moda, principal artífice del uso de las niñas como reclamo publicitario a modo de Lolitas cada vez más jóvenes, impulsa esta imagen como un potente gancho comercial para vender sus productos. Todo está a la venta en una sociedad ultra materialista, todo es susceptible de generar dinero, incluyendo la infancia.

Por otro lado, vivimos en una sociedad con profundas contradicciones y con grandes dosis de doble moral. El sexo vende en cualquier caso y la actitud de la sociedad sobre la sexualidad femenina es como mínimo confusa y anclada en patrones machistas. Por un lado se critica a una mujer que se vista de forma provocativa, pero se acepta a una niña vestida como una mujer, maquillada, con tacones y minifalda y a una mujer vestida como una niña, bordeando los límites de la pedofilia. Es un síntoma de una cultura que flirtea desde la infancia con el mercado de lo sexual y que todavía sigue anclada en patrones que encasillan al género femenino en lo accesorio'.

Los efectos de la hipersexualización: niñas convertidas en ‘Lolitas’
 

El verdadero veneno de todo ello es que la mayoría de las niñas van a crecer sin el espíritu crítico necesario para salirse de ese guion y pasarán gran parte de su vida tratando de encajar en unas medidas físicas, en un guion unilateral y no decidido ni negociado por ellas, porque procede del mercado y del género masculino. Luego pasarán la otra parte de su vida tratando de preservar lo que puedan de esas medidas y siendo pasto de los cirujanos plásticos, las dietas y la ansiedad de una carrera contrarreloj que perderemos sí o sí.

Los efectos en el desarrollo normal de una niña son los que se derivan de romper el equilibrio y saltarse etapas. Por ejemplo, tenemos datos de que en Francia el 37% de las niñas asegura estar a dieta, las conversaciones sobre moda y peso ideal aparecen antes, las niñas son estimuladas constantemente por la televisión, las revistas juveniles, y van asumiendo con una naturalidad perversa su condición de objetos sexuales, van adquiriendo la creencia de que la sociedad las va a cotizar en función de lo atractivas que resulten para los hombres. Un ejemplo muy gráfico es que un regalo cada vez más frecuentes de los padres antes de cumplir los 18 años es un aumento de pecho. Otro síntoma alarmante y derivado de este desajuste es el escalofriante aumento en los porcentajes de niñas afectadas por trastornos de alimentación, principalmente anorexia y bulimia, que se están detectando ya entre los 5 y los 9 años.

Además, o sobre todo, esta hipersexualización del universo infantil conlleva una aproximación muy violenta y distorsionada al mundo de la sexualidad adulta, perdiéndose experiencias imprescindibles que les vayan introduciendo de forma sana y progresiva a una parte esencial de lo que después será su vida en pareja y su forma de entender las relaciones sociales, no solo sexuales. El erotismo, la sensualidad, la sexualidad son capacidades que se irán dando paulatinamente, adoptando su forma específica en cada etapa del desarrollo y acercándose a los patrones adultos en la adolescencia. Hay sexualidad en los niños, por supuesto, porque es condición humana, pero muy distinta de la que los medios les cuentan y nos cuentan. Se expresa en la conciencia de identidad de género, en saber que se es hombre o mujer, en los juegos de roles (papás y mamás de toda la vida), en la curiosidad sana por conocer las diferencias en el cuerpo del otro, pero no hay erotización alguna en ello. Se trata de un proceso que si no se adultera por intereses comerciales y tóxicos, les llevará a vivir una sexualidad adulta libre.

Nosotros, los padres, tenemos la responsabilidad de tratar de neutralizar, en lo posible, todo esa influencia externa, para lo cual hay que estar muy atentos y muy presentes, interesarnos por lo que leen y ven, filtrar y canalizar lo que les llega por todas partes, dosificar los medios. No permitir que vayan a lugares ni hagan actividades que no les corresponden por edad, solo por el hecho de que los demás lo hacen. Ser parte de la solución, no del problema. Educar en valores que prioricen el esfuerzo, el logro, el espíritu cooperativo y la igualdad. Y sobre todo, ofrecer un referente sólido a través del ejemplo.

Así, cuando lleguen los años difíciles, la adolescencia, precoz o no, tendrá raíces. Tendrá criterio. No serán invulnerables y, por supuesto, que serán influenciables por las presiones sociales, pero habremos dejado un poso sólido en su personalidad que les ayudará a saber diferenciar y salir ilesos de tan difícil e imprescindible etapa.

Lo que los psicólogos saben de la vida y nosotros no: el punto de ajuste de la felicidad

Estos profesionales ayudan a las personas a superar sus traumas y problemas, a seguir con su vida lo mejor posible. Y ahora sabemos qué secreto conocen

Foto: La felicidad se puede buscar y conseguir. (iStock)

La felicidad se puede buscar y conseguir. (iStock)

 

Los psicólogos no están siempre agradecidos con su vida. No tienen superpoderes para controlar su mente ni estado de ánimo. Pero saben una cosa que la mayoría de los mortales no y que los hace más sabios... y felices. Estos profesionales ayudan a las personas a superar sus traumas y problemas, a seguir con su vida lo mejor posible. Y ahora sabemos qué secreto conocen y nosotros no: la habilidad de controlar su autopercepción.

El problema de la mayoría de las personas es que no sabemos realmente qué nos hará felices o tristes en el futuro. Los psicólogos aseguran que gran parte de la población es pésima a la hora de predecir cómo responderán a eventos positivos o negativos que podrían sucederle.

Para ser feliz, en lugar de perseguir cosas que creemos que nos harán dichosos, lo que hay que hacer es reajustar la propia satisfacción personal

Creemos que si nos suben el sueldo o encontramos una pareja estaremos más felices de lo que realmente nos sentimos cuando realmente sucede. Y cuando la realidad no coincide con el nivel previsto de felicidad, puede conducirnos a sentir desilusión o decepción. Al mismo tiempo, predecimos que nos vamos a sentir más tristes o devastados cuando ocurra algo negativo en nuestra vida, como perder el trabajo o a un ser querido, de lo que realmente estamos cuando sucede en realidad.

 

Esto es una realidad, pero podemos modificarla. La mayoría de los investigadores, como el doctor Dan Gilbert, consideran que existe un "punto de ajuste de felicidad", el cual lleva a las personas a asumir mejor los cambios que se producen en su vida. Es decir, si uno tiene un punto de partida de felicidad personal, encajará mejor los eventos negativos que se produzcan en su vida, como perder su casa o ser despedidos.

Psicólogos como el doctor Martin Seligman, sugieren que para ser más feliz, en lugar de perseguir cosas que creemos que nos harán dichosos, lo que hay que hacer es reajustar nuestra propia felicidad personal, recoge 'Quora'. En otras palabras: hay que encontrar la felicidad en el momento presente, no en el futuro.

Es más probable encontrar la felicidad en este preciso momento, independientemente de los planes, objetivos y sueños que se persigan

"Me recuerdo a mí mismo a menudo, y a mis pacientes, que es más probable encontrarla en este preciso momento, independientemente de los planes felices, objetivos y sueños que se persigan", asegura Seligman, quien advierte de la inutilidad de pensar que algo malo nos puede ocurrir. "La mente puede hacer un cielo del infierno y un infierno del cielo".

Hacer el bien

Además de subir unos puntos nuestra propia felicidad personal, también podemos hacer el bien para ser más felices. Un estudio realizado por la Universidad de Harvard descubrió que sentirse bien no es suficiente. Según los investigadores, "la influencia del valor moral en las evaluaciones de la felicidad es muy poderosa" y sentirse dichosos implica llevar una buena vida, lo que incluye ser una buena persona, una persona moral.

 

Que uno se sienta satisfecho con su vida no significa que sea realmente feliz. En ese caso, la felicidad se puede aprender y buscar, pues solo consistiría en sentirse bien con uno mismo, con lo que hace, y que todo ello sea moralmente aceptable por la sociedad.

La felicidad es un proceso y no una meta. No tenemos que concentrarnos en la falta, sino en la posibilidad. No es solo trabajar para uno mismo, sino también hacer cosas buenas para y por los demás. Unas premisas que poco o nada tienen que ver con lo que nos habían contado hasta ahora. Así que, ya sabes, reajusta tu felicidad personal y haz cosas aceptadas moralmente.

No lo llame amor, es dependencia

Imagen de la película 'Atracción fatal', protagonizada por Glenn Close y Michael Douglas.

 

Engancharse a la pareja se convierte en un problema cuando hay un desequilibrio y aparece la obsesión y la idealización del compañero

La dependencia emocional se produce tanto en mujeres como en hombres, aunque ellos lo ocultan por vergüenza

Alicia no tiene una personalidad dependiente. Las personas con este rasgo suelen ser indecisas y complacientes. Ella, a sus 33 años, es una abogada decidida y segura, reconocida en su bufete porque es capaz de llevar los casos más complicados con mano de hierro y guante de seda. Es guapa, inteligente y pisa fuerte hasta que se enamora. Cuando se adentra en el terreno de las relaciones sentimentales, se vuelve insegura y sumisa. Necesita sentir de manera constante el afecto de Pedro, un compañero de trabajo con el que ha empezado a salir: si él no responde a sus llamadas, se asusta; si no se ven la vida pierde color. Cuando se encuentran se esfuerza en ser la mejor consejera o en tener los detalles más cariñosos. Sufre un trastorno del vínculo denominado dependencia emocional: una forma de relacionarse que produce un gran sufrimiento y que se considera un tipo de adicción sin sustancias. Son personas enganchadas a sus parejas como otros adictos lo son al alcohol o al sexo.

¿Se reconoce en alguno de estos síntomas?

 

  1. La necesidad de estar junto a la pareja y de tener constantes manifestaciones de afecto.
  2. Ansiedad si no recibe atenciones por parte del ser amado.
  3. Piensa a menudo en su relación a lo largo del día.
  4. Hay un desequilibrio porque las necesidades del otro priman sobre las suyas.
  5. Idealización de la relación o de los momentos que pasan juntos.
  6. Necesidad de estar en constante comunicación.
  7. Incapacidad de manejar la compulsión si el otro no responde como espera, por lo que, puede enviar interminables WhatsApps.
  8. Siempre elige estar con su pareja frente a quedar con amigos.
  9. Pánico a perder la relación y, si se produce, es un auténtico shock emocional.
  10. Angustia vital ante la idea de quedarse solo.

Para que se produzca el vínculo amoroso es necesario un cierto grado de dependencia emocional sana y saludable por ambas partes, sin embargo, en la dependencia patológica hay un desequilibrio porque el patrón habitual en la relación es el de sumisión y obsesión del dependiente y la idealización del compañero a expensas de la propia autoestima, entendida como respeto hacia uno mismo. Si alguna vez el dependiente manifiesta su desagrado acaba sintiéndose culpable: "Pobrecillo, cómo lo trato", afirma, acobardado por el miedo al abandono. La dependencia emocional se produce tanto en mujeres como en hombres, aunque ellos lo ocultan por vergüenza, pese a que el dolor de este trastorno es insoportable para todos. También se puede dar entre miembros de la familia o amigos.

Parejas de los dependientes

Un dependiente puede elegir como pareja a una persona que no tenga un carácter autoritario o egoísta, que se sentirá enseguida abrumada ante la insaciable necesidad de afecto de su amabilísima y agobiante pareja, por lo que querrá dejar la relación, pero no suele ser lo habitual porque las relaciones sanas no interesan a un adicto afectivo que busca los fuegos artificiales de las relaciones patológicas. Por ello, elige parejas poco empáticas y con rasgos narcisistas que, después de una primera fase eufórica, pasan a tener un juego destructivo: alternan de manera aleatoria momentos de acercamiento con el olvido o el rechazo, por lo que, el dependiente se engancha a la espera de que su proveedor amoroso le suministre la siguiente dosis de afecto, por mínima que sea. En este punto está Alicia, que hoy se ha sentado en la consulta más tranquila porque él le ha dicho que la quiere por WhatsApp anexando una bonita foto de la playa donde pasa sus vacaciones sin ella.

Sacando su furia de abogada ha querido dejar en numerosas ocasiones esta relación abusiva, pero vuelve una y otra vez, porque surge una suerte de síndrome de abstinencia emocional insoportable de aguantar, para desesperación de su familia y amigos que confunden su disfunción con una debilidad de carácter incomprensible en alguien como ella. Por eso, se alejan añadiendo dolor al dolor existente. Este tipo de vínculo disfuncional, llamado apego ansioso, se aprende muy pronto en la vida, quizás por sobreprotección, por abandono afectivo o por el chantaje emocional. Alicia fue valorada en familia como la hija altruista y cuidadora de un hermano problemático y egoísta. Ahora reproduce en sus relaciones sentimentales su personal versión de La Bella y la Bestia, donde espera que su amor haga aflorar al hombre auténtico que sólo ella es capaz de ver.

Cómo actuar

La dependencia emocional es como la ludopatía, una adicción que engancha a la ilusión de que un día nos tocará el premio y él/ella se convertirá en la persona que deseamos. ¿Qué puede hacer si es un dependiente emocional?

  • Reconocer que se trata de un trastorno psicológico.
  • Eliminar las conductas que hacen daño; esto producirá mucha ansiedad, utilice técnicas de relajación y en algunos casos necesitará medicación.
  • Reforzar la autoestima con técnicas como la del espejo (repetir me cuido y me respeto mirándose a los ojos en el espejo) o el cambio de creencias erróneas (mis necesidades son tan importantes como las necesidades de mi pareja).
  • Empezar a hacer cosas solo, que antes parecían imposibles.
  • Disfrutar de rutinas placenteras tanto con amigos como con familiares recordando que en su vida hay otros pilares: la familia, los amigos, el trabajo, la acción social y la relación más importante: la que tiene consigo mismo. Si no puede hacerlo solo, acuda a un psicólogo especialista en relaciones, es de personas fuertes pedir apoyo cuando se necesita.

Educar con mano dura no funciona

BRUCE Y BRANDON LEE. Padre e hijo, en una foto tomada en el año 1966. MIRAMAX

 

Ahora parece que los padres son satélites que giran alrededor de sus hijos

El objetivo no debe ser castigar, sino enseñar

Si su hijo se olvidó la mochila, dese la vuelta

Todos los padres intentamos educar a los hijos de la mejor manera posible. Hoy en día, recibimos mucha información y poca formación. Improvisamos, reaccionamos y nos culpabilizamos a menudo. Hace años los niños se sometían a la autoridad paterna sin otra posibilidad que hacer a escondidas lo que deseaban. Ahora parece que los padres son satélites que giran alrededor de sus hijos. ¿Sabe cuál es su estilo educativo?

Hiperprotector. Lo que necesita nosotros se lo procuraremos. Los padres hacen todo por sus hijos y ellos crecen débiles.

Permisivo. Se busca la armonía. Se negocia pero el incumplimiento no tiene consecuencias porque los padres evitan el conflicto. Los hijos son pequeños tiranos.

Autoritario. El más fuerte es el que manda. En familia se promueve la obediencia más que la responsabilidad. Crecen rebeldes.

Intermitente. No tenemos claro cómo educar. Los padres pasan de la permisividad al autoritarismo. Se adoptan medidas, pero no se tiene paciencia de ver si resultan eficaces. Ellos crecen inestables.

Asertivo. Los padres dan afecto y disciplina positiva. Se basa en el respeto mutuo y la cooperación. La educación es un proceso de aprendizaje recíproco, por lo que los padres también se cuidan a sí mismos. Los límites son muy importantes, se establecen con amabilidad pero se hacen respetar con firmeza. Los hijos crecen con sentido de pertenencia.

La disciplina positiva en casa

Martin Seligman, padre de la psicología positiva, afirma que se ha extendido en la educación un modelo de falsa autoestima. "Al hacer hincapié en lo que el niño siente, a expensas de lo que hace -aprender, perseverar, superar la frustración y el aburrimiento-, padres y profesores están haciendo a esta generación de niños más vulnerables a la depresión". La auténtica autoestima no evita los obstáculos, se enfrenta a ellos a pesar del esfuerzo. No hay mayor satisfacción que alcanzar por uno mismo una meta.

Cuando decimos marcar límites significa poner normas, afirma el terapeuta Jesper Juul. Depende de la visión de la vida, los valores y las experiencias de los padres. El primer paso es que estén adaptadas a la edad de los niños y basadas en el beneficio de todos. Hacer reuniones familiares suele ser muy eficaz. Después se señala qué sucederá si no se respetan, lo que es negociable y lo que no. A su vez se garantiza que las reglas se aplicarán con firmeza pero con amabilidad y respeto. Se trata de ser positivo, no permisivo.

¿Y los incumplimientos? Ante todo, es tarea de los padres controlar su propia frustración. Cuando se producen situaciones estresantes tendremos a mano herramientas como la respiración o la parada de los pensamientos que aumentan la ira. Una vez sosegados, se ayuda a los hijos a que saquen sus conclusiones. No se adelante y dé tiempo a sus hijos para que resuelvan sus dificultades, así podrán experimentar sus recursos personales. Para madurar han de compartir sus fracasos. El objetivo no es castigar sino enseñar. La mano dura interrumpe la conducta, la enseñanza ofrece capacidades para toda la vida.

¿Hay que borrar a las exparejas de Facebook?

El psicólogo Walter Riso nos cuenta en este vídeo las claves para superar una ruptura amorosa y defiende que "la mejor venganza contra el ex es ser feliz"

Tal y como explicamos en BUENAVIDA, de media, todos sufrimos dos o tres dramones en la vida. De ellos, es muy probable que al menos uno esté relacionado con el fin de una relación amorosa. "El desamor debería estar considerado un asunto de salud pública", explica el psicólogo Walter Riso. "Cada vez más gente acude a terapia porque no es capaz de superar una ruptura".

Riso, que acaba de publicar una guía práctica para conseguir olvidar de una vez a las exparejas (el libro Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido) explica que gran parte de culpa la tiene la concepción errónea que tenemos del amor ("No es un concepto realista"), pero que siguiendo una serie de pautas, todos somos capaces de salir de una crisis fortalecidos.

Doctor en psicología y especialista en Terapia Cognitiva, Riso defiende que "si logras desvincularte de tu ex de manera adecuada, podrás reinventarte como te dé la gana". Así que dele al play y descubre  las claves que ofrece este experto para sobreponerse a una ruptura sentimental.

Los hijos no se “pierden” en la calle, sino dentro de casa

 Valeria Sabater 23, enero 2017 en Psicología

hijos

Los hijos no se “pierden” en la calle. De hecho, esa pérdida se inicia en el propio hogar con ese padre ausente, con esa madre siempre ocupada, con un cúmulo de necesidades no atendidas y frustraciones no gestionadas. Un adolescente se desarraiga tras una infancia de desapegos y de un amor que nunca supo educar, orientar, ayudar.

Empezaremos dejando claro que siempre habrá excepciones. Obviamente existen niños con conductas desadaptativas que han crecido en hogares donde hay armonía y adolescentes responsables que han conseguido marcar una distancia de una familia disfuncional. Siempre hay hechos puntuales que se escapan de esa dinámica más clásica donde lo acontecido día a día en una casa marca irremediablemente el comportamiento del niño en el exterior.

“Sembrad en los niños buenas ideas, aunque hoy no las entiendan el futuro se encargará de hacerlas florecer”
-María Montessori-

En realidad, y por curioso que parezca, un padre o una madre no siempre termina de aceptar este tipo de responsabilidad. De hecho, cuando un niño evidencia conductas agresivas en un centro escolar, y se toma contacto con los padres por parte del tutor, es habitual que la familia culpabilice al sistema, al propio instituto y a la comunidad escolar por “no saber educar”, por no intuir necesidades y aplicar adecuadas estrategias.

Si bien es cierto que en lo que se refiere a la educación de un niño todos somos agentes activos (escuela, medios de comunicación, organismos sociales…), es la familia la que hará germinar en el cerebro infantil el concepto de respeto, la raíz de la autoestima o la chispa de la empatía.

Te proponemos reflexionar sobre ello.

hijos

Los hijos, el legado más importante de nuestro futuro

H. G Wells dijo una vez que la educación del futuro iría de la mano de la propia catástrofe. En su famosa obra “La máquina del tiempo”, visualizó que para el año año 802.701, la humanidad se dividiría en dos tipos de sociedad. Una de ellas, la que vivíría en la superfice, serían los Eloi, una población sin escritura, sin empatía, inteligencia o fuerza física.

Según Wells, el estilo educativo que predominaba en su época ya apuntaba resultados en esta dirección. El inicio de las pruebas estandarizadas, de la competitividad, de las crisis financieras, del escaso tiempo de los padres para educar a sus hijos y de la nula preocupación por incentivar la curiosidad infantil o el deseo inherente por aprender hacían ya que, en aquellos albores del siglo XX, el célebre escritor no augurara nada bueno para las generaciones futuras.

No se trata de alimentar pues tanto pesimismo, pero sí de poner sobre la mesa un estado de alerta y un sentido de responsabilidad. Por ejemplo, algo de lo que se quejan muchos terapeutas, orientadores escolares y pedagogos es de la falta de apoyo familiar que suelen encontrarse a la hora de hacer intervención con ese adolescente problemático, o con ese niño que evidencia problemas emocionales o de aprendizaje.

Adolescente sola

Niños difíciles, padres ocupados y emociones contrapuestas

Hay niños difíciles y demandantes que gustan actuar como auténticos tiranos. Hay adolescentes incapaces de asumir responsabilidades, y que adoran sobrepasar los límites que otros les imponen acercándose casi hasta la delincuencia. Todos conocemos más de un caso, sin embargo, hemos de tomar conciencia de algo: nada de esto es nuevo. Nada de esto lo ocasiona Internet, ni los videojuegos ni un sistema educativo permisivo.

“Antes de enseñar a leer a un niño, enséñale qué es el amor y la verdad”
-Gandhi-

Al fin y al cabo estos niños evidencian las mismas necesidades y conductas de siempre contextualizadas en nuevos tiempos. Por ello, lo primero que debemos hacer es no patologizar la infancia ni la adolescencia. Lo segundo, es asumir la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno, bien como educadores, profesionales de la salud, divulgadores o agentes sociales. Lo tercero y no menos importante, es entender que los niños son sin duda el futuro de la Tierra, pero antes que nada, son hijos de sus padres.

Reflexionemos a continuación sobre unos aspectos importantes.

nino-bola-cristal

Los ingredientes de la auténtica educación

Cuando un profesor llama a una madre o a un padre para advertirles de la mala conducta de un niño, lo primero que siente la familia es que se está poniendo en tela de juicio el amor que sienten por sus hijos. No es cierto. Lo que ocurre, es que a veces ese afecto, ese amor sincero se proyecta de forma errónea.

  • Querer a un hijo no es satisfacer todos sus caprichos, no es abrirle todas las fronteras ni evitar darle negativas. El amor auténtico es el que guía, el que inicia desde bien temprano un sentido real de responsabilidad en el niño, y que sabe gestionar sus frustraciones dando un “NO” a tiempo.
  • La educación de calidad sabe de emociones y entiende de paciencia. El niño demandante no detiene sus conductas con un grito o con dos horas de soledad en la propia habitación. Lo que exige y agradece es ser atendido con palabras, con nuevos estímulos, con ejemplos y con respuestas a cada una de sus ávidas preguntas.

Hemos de tomar conciencia también de que en esta época donde muchas mamás y papás están obligados a cumplir jornadas de trabajo poco o nada conciliadoras con la vida familiar, lo que importa no es el tiempo real que compartamos con los hijos. Lo que importa es la CALIDAD de ese tiempo.

Los padres que saben intuir necesidades, emociones, que están presentes para guiar, orientar y para favorecer intereses, sueños e ilusiones, son los que dejan huella y también raíces en sus hijos, evitando así que esos niños las busquen en la calle.